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Presencié una conversación sobre el calor que sufre Mallorca, el tema era si es mejor hablar "del calor o de la calor", o si es culto o vulgar, decir "el calor o la calor". Los argumentos de unos y otros eran raros y alguno hasta exótico y desde luego nada científicos; el calor que hace en el Caribe es "la calor" y el que hace en Europa es "el calor", decía el más enterado. Semejante tontería no es rara dada la temperatura de aquel día. Lo sorprendente es que ante la pregunta de si alguien podía definir el calor o la calor nadie supo hacerlo, un contertulio emitió algún que otro reniego y otro un resoplido. Comprensible, desde el mes de abril el país está viviendo bajo temperaturas más propias de la selva amazónica que del mediterráneo. Con estas calenturas y el 98% de humedad, la parroquia está acalorada, atolondrada y sulfurada.

El calor es aquella sensación que se experimenta al producirse un aumento de la temperatura y ante temperaturas elevadas. El calor de este verano se ha convertido, aparte de molesto, en el tema de conversación, en la calle, en el bar, en tertulias, en el ascensor, no se habla de otra cosa. El sustantivo "calor" es ambiguo, o sea que puede estar precedido tanto por el artículo masculino como por el femenino, lo mismo ocurre con "interrogante" que puede ser "el Interrogante y la Interrogante" o "el maratón y la maratón", el distinto genero no comporta ningún cambio significativo. Pero la cuestión está en que la gente habla del calor cuando no tiene nada interesante que decir. Se podría comentar sobre literatura, ciencia o arte, pero hay que hablar del calor? Es un recurso dialéctico que se utiliza frecuentemente porque ayuda a sobrevolar con ligereza, la presencia de otras personas con las que se tiene poco de que conversar.

Pero lo peor es que el calor trae consigo consecuencias más perniciosas para la convivencia, la gente suele discutir a gritos, con la subida de la temperatura se eleva el tono, la masa se torna más gritona, creen que se pueden entender mejor o piensan que sus consideraciones, expuestas en voz alta, son más categóricas. En la ciudad el verano se vuelve muy ordinario, el tráfico se transforma en una jungla amenazadora, los conductores se transforman en peligrosos provocadores, ponen la música al máximo, utilizan el claxon para molestar a otros vehículos y en cuanto se miran envían un recuerdo, no cariñoso, a la madre del otro. La gente se pasea por la ciudad como si estuviera en la playa, sin camiseta, pantalón corto, camisolas con mensajes ramplones, sandalias con calcetines, pantalones "pirata", todo vale. El vestir de forma "casual" como dicen nuestros amigos ingleses no es eso, por supuesto.

Con las extremidades al descubierto muestran unos horribles tatuajes, la cara de Marilyn Monroe en el hombro peludo de un simplón. Una encuesta realizada por Uniliver refleja que el 8% de los españoles no tiene la costumbre de usar desodorante, lo cual se convierte en una maloliente desconsideración hacia el 92% restante y un sufrimiento para las glándulas pituitarias de quienes son partidarios de la higiene. Desde lejos y antes de que se acerquen los hediondos ya se puede husmear lo difusión que deja su estela odorífera. Ciertamente el calor se ha pasado con el personal, y las peores formas, los peores modales han aflorado. ¿Existe un posible resguardo ante tanta inconveniencia?

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