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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Tuits

Orwell decía que la forma más perfecta de totalitarismo era aquélla en que la propia opinión pública, en nombre del amor o de la razón -ahora sería la corrección política-, ejercía el papel de la policía secreta que vigilaba a los ciudadanos

No soy tuitero ni me interesan los tuits (o tweets, ya no sé cómo hay que escribirlo), pero a veces me entero de cosas agradables que se dicen en Twitter. Alguien, por ejemplo, tiene la bonita costumbre de tuitear en Inglaterra frases y aforismos del doctor Johnson, y estos tuits tienen ya más de 45.000 seguidores (aunque los seguidores reales de Twitter son muy difíciles de cuantificar y muchos no pasan de meros convidados de piedra, por decirlo con una frase antigua que no entienden muchos tuiteros). También sé que la reina de Noruega es aficionada a tuitear poemas de Wyslawa Szymborska, y una vez le felicitó el cumpleaños a su hija tuiteándola unos versos de la poeta polaca. Y también sé que hay gente que tuitea aforismos de Chamfort o de Joubert o de Nietzsche, y también de Canetti o de Gómez Dávila (hay un tuitero dedicado íntegramente a los "escolios" del pensador colombiano). La cuenta de Twitter de Chamfort, en inglés, tiene 172 favoritos, cosa que tiene su gracia porque Chamfort se pegó un tiro en 1794, cuando fue denunciado por los revolucionarios franceses y prefirió matarse antes que terminar en la guillotina.

Todo esto es cierto, claro, pero también es verdad que la mayoría de tuits que circulan y se leen son simples anuncios o bromas o supuestos juegos de palabras sin pizca de gracia. Algunos de los comentarios de los tuiteros sí la tienen, sin duda, pero son una minoría y no son los que más a menudo "incendian la red" o se vuelven "virales", por usar otros dos términos muy típicos del lenguaje de internet que dejarán de ser usados dentro de dos días. Pero en general lo que triunfa en Twitter es el insulto o el comentario vomitivo o la simple gracieta sin maldita la gracia, casi siempre expresados en un lenguaje vulgar y cargado de odio y con múltiples faltas de ortografía. Y las faltas, ojo, no se deben a la necesidad de acortar las frases, sino a la simple burricie de muchos de los autores, que apenas parecen capaces de ordenar una frase con un mínimo de rigor lógico. Y una de las cosas que más me intrigan es saber por qué tanta gente que se supone inteligente y cultivada se pasa media vida „o la vida entera„ tuiteando y mirando los tuits de los demás. En este mundo todavía hay demasiadas cosas bellas como para perder el tiempo con estas cosas.

Digo esto porque he leído los tuits de Guillermo Zapata, el concejal de Cultura más fugaz de la historia, me parece, porque ni siquiera ha tenido tiempo de pasar un día en su despacho del Ayuntamiento de Madrid, y la verdad es que no hay nada sorprendente en lo que dicen. Según he leído, los chistes de Zapata sobre el Holocausto y las víctimas de ETA „tontos y vulgares a más no poder„ están sacados de contexto, y puede que sea así, pero en esta sociedad todo se saca de contexto, y esto debería saberlo alguien que milita en un partido el partido que se ha especializado en hacerlo (y que quizá ha obtenido su gran éxito electoral gracias a que lo saca todo de contexto). A mí esos tuits de Zapata no me gustan nada, pero creo en la libertad de expresión y no me parecen tan groseros ni tan lamentables como mucha gente dice que son. Más grosero y lamentable me parece el hecho de que un concejal de Cultura del ayuntamiento de Madrid se pase el día tuiteando, pero así es la vida cultural en estos tiempos histéricos en que las reputaciones y los estrellatos „y hasta las grandes obras de arte„ se hacen y se deshacen en YouTube y en Twitter, y se hacen virales y explotan e incendian la red, aunque luego nadie se acuerde de ellas a los dos días de haberlas visto. Me molesta, eso sí, el tono de superioridad moral con que este concejal del nuevo gobierno municipal madrileño „el de Ahora Madrid de Manuela Carmena„ ha reaccionado ante la polémica, porque él mismo se ha fogueado en Twitter y tendría que saber qué tipo de jaurías mediáticas circulan por ahí. Y también me pregunto qué habría pasado si estos comentarios los hubiera hecho un concejal del PP de un pueblo de Toledo, por ejemplo, porque en ese caso es seguro que Zapata y sus colegas se hubieran dedicado a perseguirlo durante días igual que sabuesos de caza corriendo detrás de un zorro. Así son las terribles reglas del juego. Ahora bien, eso no es motivo para tener que dimitir de forma fulminante.

Pero el nuevo concejal de Cultura ha dimitido y ahora ocupará otro cargo en el Ayuntamiento de Madrid. No era para tanto, de verdad, aunque él mismo y muchos que piensan como él hayan instalado estos comportamientos inquisitoriales en nuestra opinión pública. Hace muchos años, en 1946, George Orwell escribió en un ensayo „Política frente a literatura„ que la forma más perfecta de totalitarismo era aquélla en que la propia opinión pública, en nombre del amor o de la razón „ahora sería la corrección política„, ejercía el papel de la policía secreta que vigilaba a los ciudadanos. Y ésta es la sociedad a la que hemos llegado, así que alguien que tanto ha luchado „y gritado„ en defensa de la justicia y de la solidaridad y la corrección política no debería extrañarse de haber sido sacrificado por los propios métodos que tanto ha defendido y usado. Es ley de vida. O la ley de Twitter, lo mismo da.

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