En los últimos tiempos me viene a la cabeza con frecuencia esta frase de Maquiavelo: "Los hombres siempre te saldrán miserables si no hay una causa que los haga ser buenos" Gran verdad. Cada vez que pienso en la crisis que atraviesa la sociedad actual, me doy cuenta de que más allá de su dimensión económica, la crisis hunde sus raíces en la falta de verdaderos valores humanos. Porque si esos valores hubieran existido, probablemente la crisis no habría tenido lugar, o al menos habría registrado un impacto mucho menor. Llevamos años atrapados en una malla cuya urdimbre desconocemos y que se expresa a través de un vocabulario formado por primas de riesgo, rescates, entidades financieras inestables, ibex, índices de paro, etc. Todo esto es sin duda la consecuencia, la amarga consecuencia. Pero, ¿de qué? ¿De una mala gestión económica? ¿De la rapacidad de unos pocos sobre la ingenuidad de los muchos? Es posible. Pero en el fondo de todo palpita la ausencia de una buen causa que nos haga ser buenos. A todos. No he dicho eficaces, codiciosos, prepotentes, exhibicionistas, consumistas, incultos e insolidarios. Porque eso ya lo éramos. He dicho buenos, verdaderamente buenos.

Seamos sinceros. El intento de crear una sociedad laica que remplazara satisfactoriamente a la religión no ha llegado a buen puerto. Basta echar un vistazo alrededor para llegar a conclusiones descorazonadoras: cada día nos despertamos con la noticia de nuevos casos de irregularidades, abusos de poder y de corrupción. Es decir, de falta de ética, de moral. Es la consecuencia más clara de la frase de Maquiavelo. Como no hay una verdadera causa para ser buenos „y la Iglesia ha intentado, pese a sus sombras, difundir al menos la necesidad de una buena causa como proyecto del Hombre„ somos unos miserables. Ahora bien, lo más alucinante del caso es que la mayoría de los miserables se hallan en la cúspide de la sociedad, un lugar de privilegio donde se supone que las bajas pasiones no tienen razón de ser, y donde uno cree, algo ingenuamente, que podría ser bueno. Yo estoy convencido de que si fuera político, por ejemplo, no me fundiría la pasta del prójimo en "saraos" en el islote de Cabrera. Ni en Cabrera ni en ninguna otra parte. Tampoco lo haría siendo banquero, director de periódico, gran empresario, constructor, juez, deportista de élite, magnate televisivo, etc. Por no hablar de los palacios. Pero es aquí, en cambio, donde la ausencia de una buena causa se hace más descarada y evidente, donde el hedor a podrido es mayor. Y donde se imparten lecciones cotidianas de todo lo que no debe ser una persona ni en público ni en privado.

Quizá algún día nos preguntaremos por qué apostamos ciegamente por los miserables. Quizá algún día nos dirán que ellos no lo eran, pero les cegó el poder. Quizá tratarán de confundirnos diciendo que todos somos iguales, criaturas de barro, y que nosotros habríamos hecho lo mismo. Quizá. Pero entretanto seguimos dando la razón a Maquiavelo. Y esta es la peor de las noticias.