Veo de refilón, en la tele, un rostro que reconozco. Es un futbolista famoso, uno de esos que, supongo, cobra un salario (perdón por usar la misma palabra para describir lo que cobra un maestro y lo que cobra ese señor) obsceno. Y al darme cuenta de que reconozco la imagen, me enfado: ¿cómo demonios se ha colado esa información en mi cerebro? Dicen que el saber no ocupa lugar, pero no es cierto. Ese señor está ocupando un lugar en mi cerebro que yo preferiría llenar con los libros que no me da tiempo a leer o con imágenes de personas o lugares que me gustaría de verdad conocer y sin embargo quedan en el limbo de mi ignorancia. La imagen del futbolista se ha colado en mi cerebro como un virus en el disco duro de mi ordenador. La imagen un parásito de mi cerebro que, por más que quisiera, no se como borrar.

Vienen a mi memoria los recuerdos de cuando, siendo maestro en un barrio periférico de Madrid, se me ocurría preguntar a los niños sobre lo que querrían ser de mayores. En aquellos tiempos el dinero del fútbol no era tanto como hoy, pero ya entonces la mayoría de aquellos niños quería ser futbolista. Debo reconocer que, como meta, es estupenda: ganar dinero –¡mucho dinero!– por jugar. Ideal.

Sin duda, lo que diré a continuación será una barbaridad para muchos. Entre otros parásitos futbolísticos de mi cerebro, sé que sólo hay un equipo en primera en el cual todos los jugadores han nacido en el lugar designado por el nombre de su equipo. Se me ocurren varias preguntas: ¿Por qué en el Barcelona hay pocos barceloneses y en el Madrid hay pocos madrileños? La respuesta obvia es que, de esta forma, los dos primeros no serían los primeros.

¿Qué pasaría si, súbitamente, todos los equipos fueran obligados a jugar únicamente con futbolistas de la propia cantera? Aparte de que "el negocio" del fútbol alcanzaría un tamaño razonable, se me ocurren dos posibilidades. A nivel nacional, esta decisión quizás reforzaría la división entre comunidades. Si, por poner un ejemplo probablemente neutro, los de Soria ganaban repetidamente, aparecería un espíritu nacional soriano y eso, hay muchos que lo creen, sería letal para el espíritu nacional. No sé cuándo se tomó la decisión de aceptar forasteros y extranjeros en los equipos, pero me huele mucho a la España, Una Grande y Libre. Pero ahora, cuando las autonomías son constitucionales, el problema sería menor.

La segunda consecuencia sería internacional: las competiciones entre equipos, cambiarían mucho. Si la decisión se adoptaba sólo en España, parece probable que equipos como el Madrid o el Barcelona quedasen borrados frente a equipos millonarios extranjeros. Pero, al menos a mí, me importaría muy poco; no me siento identificado de ninguna manera con los triunfos del Barcelona o del Madrid que al fin y al cabo son triunfos del dinero que –no sé por qué procedimientos– han conseguido. Estoy seguro de que si el campeonato actual se hiciera simplemente poniendo sobre la mesa el balance de los equipos, los resultados serían casi iguales, sin necesidad de jugar ningún partido.

La segunda consecuencia sería estupenda. Leo que el problema actual de España no es el endeudamiento del Estado, sino el de las empresas y de los particulares. Si súbitamente abaratábamos el fútbol, el dinero que se invierte en fichajes millonarios –dinero que, no lo duden, sale de nuestros bolsillos– podría usarse para pagar otras deudas. La debilidad de España –sea menor o mayor que la de Grecia o de Alemania– cambiaría un poco. Para mejor.

Estoy seguro que estos disparates no tienen ninguna posibilidad de ser atendidos. Estoy en minoría. Pero, de pronto, se me ocurre que la mayor parte de los "amantes-del-fútbol-cueste-lo-que-cueste" son varones, con lo que queda un cincuenta por ciento de mujeres a las que el fútbol les interesa muy poco. O sea, que contando mujeres y los pocos varones a los que el fútbol nos deja fríos, debemos ser mayoría. ¡Podemos proponer –y ganar– una iniciativa popular que haga desaparecer el dinero obsceno de nuestro fútbol…!

Y encima, me entero que si ganasen, los futbolistas de nuestra selección añadirían a su obsceno salario (perdón, otra vez) una prima igualmente obscena. En fin; como decía al principio, yo me alegraré si pierden.