Pese a la congestión criminal en Mallorca, la mafia rusa abrió un hueco o boquete en la isla. Cada comentario sobre la penetración paulatina de los Tambov y otros grupos folklóricos de asesinos eslavos, iba seguido de una descalificación a cargo de los políticos, abogados y demás servidores teóricos de la ley que se estaban forrando al servicio de los mafiosos. Por ejemplo, encolerizaban al coro de plañideras jurídicas de la Operación Relámpago, donde la misma fiscalía Anticorrupción ha denunciado a dos presuntos rusos por prestarse a los manejos habituales en su país, con el concurso de los testaferros mallorquines de rigor.

Uno de los rusos imputados por Anticorrupción es el generoso anfitrión en Moscú de la expedición capitaneada por James Matas, y sustanciada en el prostíbulo Rasputín, con el Govern conservador empeñado en que la ciudadanía le pagara las facturas sexuales. Regeneradores éticos del PP balear como Flaquer y Estarás se vieron salpicados por este simpático escándalo. Al igual que sucede con Rodrigo de Santos, el sexo pagado con fondos públicos nublaba una realidad más peliaguda, la connivencia de nuestros gobernantes con multimillonarios rusos de dudosa extracción.

Según reconoció un traductor generosamente pagado por el Govern, Matas y compañía se desplazaban por Moscú en todoterrenos blindados y con los cristales tintados, cortesía de su magnate. Sobran los detalles, ustedes han visto la escena en numerosas películas. Dado que el economista ultraliberal Milton Friedman demostró que no hay almuerzo gratuito, ¿cuál era la contraprestación a tanta largueza? Desde aquel viaje se multiplicaron en Mallorca los palacetes. Rusos, por supuesto. El desmantelamiento del vértice mafioso no se ha producido porque incomodara en la isla, sino porque se había hecho peligroso en Moscú. Los juristas de reconocido desprestigio acusarán al Kremlin de boicotear la economía mallorquina. A fuer de sinceros, la mafia rusa le sacaba un escaso rendimiento a la isla. La competencia es muy dura.