La reconsideración del Estado de las Autonomías ha traído a ciertos debates intelectuales y políticos la discusión sobre la calidad de la democracia, sobre la naturaleza y el arraigo de los grandes valores que impregnan la Constitución, sobre la vigencia del pacto constitucional, que de algún modo desempeña el papel del rousseauniano ´pacto social´, fundacional, originario, de reglas previas a la dialéctica política.

En general, tales análisis tienen un tono pesimista, pero si se mira alrededor, se llegará seguramente a la conclusión ya no sólo de que en todas partes cuecen habas sino también a la de que tenemos aquí razones para enorgullecernos. Por la firmeza de nuestros principios y por la conciencia de que tenemos que preservar algunos consensos básicos.

Veamos, por ejemplo, la iniquidad que acaba de cometer la derecha italiana acaudillada por Berlusconi: consciente de que va a perder las próximas elecciones generales y en una jugada marrullera para tratar de impedirlo, ha sacado adelante una reforma de la ley electoral, que la beneficia objetivamente. Nada ha importado a Berlusconi y a los suyos que el modelo nuevamente implantado sea el proporcional, que generó larga, dramática e incorregible inestabilidad en el país y a punto estuvo de arrojar la República por un despeñadero.