Es la pregunta retadora que lanza Raquel Sánchez Silva a los concursantes de El cubo antes de enfrentarse a esa caja transparente en la que se meten tratando de superar unas pruebas con mucho efecto tecnológico. ¿Tienes lo que hay que tener?, pregunta Raquel, dando a entender que sólo los más serenos, las más inteligentes, los más preparados, las más bravas podrán vencer a esa fiera con cuerpo de cristal que cambia de color, que te da de ventaja 9 vidas, pero que pareciendo muchas, como te atranques en una prueba, no podrás pasar a la siguiente sin superarla. Pensando en eso, me pregunto no en las vidas que tiene Dolores de Cospedal, que seguro tiene un montón, sino en que ella sí tiene lo que hay que tener. Veamos. Tiene una jeta más larga que las greñas de su mantilla, y un par de ovarios del tamaño de las hembras de dinosaurio de Terra Nova, la de aventurilla para echar el rato los martes por la noche, también en Cuatro. Hay que tener lo que hay que tener, es decir, una desvergüenza monumental para tirarse de la cama, mirarse al espejo, afilarse los colmillos, y ella tiene los dos muy, muy afilados, antes de maquearse y elegir el traje del día, poner en marcha el dispositivo de seguridad, chófer, secretaria, y dirigirse a TVE y decir en Los desayunos que el PP es el partido de los trabajadores. ¿Sigue pensando, le preguntaba Ana Pastor, a la que le quedan pocas vidas en el cubo de la pública, que el PP, después de la reforma laboral, es el partido de los trabajadores? Pero por supuesto, contestó la señora, con media sonrisa y colmillos fuera, y además, los trabajadores saben que se hace para ayudarles –ella no ha reformado sus sueldos-.

El silencio de los obispos

Despidos miserables, poder omnímodo de los empresarios, recortes salariales por una u otra excusa, pérdida de derechos conseguidos con mucho sacrificio… es la mejor forma de ayudar a los trabajadores. En una viñeta reciente de Andrés Rábago, El Roto, uno de sus personajes preguntaba mirando al cielo, Señor, ¿por qué siempre gobiernan los peores? Y de las alturas llegaba la respuesta obvia. Porque tú los votas, so bobo. Claro que en este caldibache de apuros, con gargantas por ley expuestas al filo de la navaja del exultante empresario, hay unas ratas que han vuelto a sus madrigueras, encantadas de la vida, quizá desintonizando los aparatos de la tele para no ver a familias enteras sin nada, viviendo de la caridad familiar, tiradas en la cuneta, chupada hasta la última gota de su sangre por el banco, o cambiando de canal en cuanto el Callejeros de Carolina Cubillo anuncia otra entrega de miseria social o un Comando actualidad en La 1 busca otra más de desahucios. Hay una especie de haraganes que no tienen lo que hay que tener, y por eso callan en un silencio deslenguado, apelando ahora como antes nunca hicieron a su respeto por la independencia política. Falsarios. ¿Por qué hemos de acostumbrarnos a que los chiquillos pasen frío en algunos colegios? ¿Por qué ha de parecer normal que la educación se devalúe por falta de dinero? ¿Por qué nos estamos acostumbrando a ver imágenes de farmacéuticos diciendo que no pueden seguir dando medicinas si quienes tienen que pagar lo que les deben no lo hacen? ¿Por qué los funcionarios de repente se han convertido en casi delincuentes? ¿Por qué no hay dinero para la investigación? ¿Por qué un colegio público, un hospital público, va siendo sinónimo de derroche, de fardo que frena el desarrollo económico? ¿Por qué los bancos, aunque no ganen tanto, nunca pierden? ¿Recuerdan que por menos, por muchísimo menos, había un colectivo muy sensible que se echaba a la calle y abría telediarios protestando por el derrumbe de la sociedad? ¿Qué hace hoy la Conferencia Episcopal? Nada. Calla.

Almodóvar, baja y llévatelas

A Rouco Varela y sus colegas la crisis les importa una mierda. Cada mes, sin recortes como en la escuela de al lado que no puede pagar la luz, esta pandilla de zampabollos, recibe más de 13 millones de euros. 13 millones de euros para abrir boca, antes de que hagan las cuentas anuales y les embolsen una cantidad tan obscena que por sí misma podría arreglar colegios, hospitales, investigaciones, desahucios, o ayudas a parados. Es curioso. El otro día sacaron al portavoz de los obispos, José Antonio Martínez Camino, ese ser translúcido, no para orar por los parados, ni para abrir manifestaciones por las familias sin recursos, ni para escandalizarse por el derrumbe del estado del bienestar sino para hablar de dinero, de que les falta dinero. No tiene uno lo que hay que tener para escuchar a esta peña como si fuera normal que al colegio del hijo le corten la calefacción o no tenga para fotocopias, y a estos mercaderes no les corten el chorro que abonamos todos. No sirven ni para hacernos reír. Puestos a subvencionar, que lo hagan a gente útil, que aporte un poquito de humor, que haga la vida más llevadera. Me pongo radical. Que subvencionen a las madres de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, uno de los programas de humor con uno de los mejores guiones de los últimos estrenos. Veamos. Le dice Julia, mamá del tarugo David Olid, químico de día, enseña rabos de noche, "deja de pensar con el pito y piensa con la cabeza, coño". Pero el becerro no atiende, y de la mujer sólo quiere unas tetas gordas, y a ser posible que tenga terminada la ESO. También está Pilar, la mamá de Daniel del Río, tímido, hogareño, y virgen. La señora ha nacido para luchar contra el mundo gótico. Ve a una gótica, y se le pone la felpa de punta. Así que para que su cachorro no se encandile con la gótica Clara –ya expulsada de la carrera de yeguas- suelta su gran frase. "Es que el mundo gótico es un 40 por ciento, pero el restante 60 por ciento de los normales no los entienden". Y Toya, gran artista en su género, madre del niño de 45 años y vocalista de ópera José Luis de la Guardia, con perlas maravillosas como esta, "no soy nada racista, es más, una gran amiga mía es negra, pero lo lleva muy bien". ¿Qué me dicen? Estas sí tienen lo que hay tener. Aunque me queda una duda. Qué fue antes, ¿tipas como las mentadas, o Almodóvar?

LA GUINDA

Hay gente que se ha llevado las manos a la cabeza por una foto de Mario Vaquerizo y Alaska que, dicen, recuerda al Miguel Ángel de su primera Piedad, la de finales del XV. Por favor. Ni la foto es una parodia ni recuerda la maravilla serena de un mármol que conmueve y da escalofríos si estás cerca. Es la errónea payasada de un fotógrafo, Bruce LaBruce, de estética gay atrevida, equivocado aquí con esta simplona parejita.