Es que algunos somos unos bocazas y tenemos el dedo fácil para el ordenador, y se nos va la pinza sin pensar antes de escribir, y escribimos tonterías, sospechas, y nos ponemos tontos y parciales, y nos creemos que las cosas son como las vemos y no como son, y por eso, antes de que me tapen la boca con la realidad, uno, que en la última semana ha reflexionado mucho viendo la realidad, ha concluido que no, que no hay motivos para la alarma.

Lleva Mariano Rajoy una semana como presidente, digámoslo ya, pasemos de zarandajas legales, de tiempos muertos, saltémonos el traspaso de poderes, hagamos de una puñetera vez lo que dice el sensato, prudente, y siempre lúcido Miguel Ángel Arias Cañete, presidente del Comité Electoral Nacional del PP y se haga realidad la realidad, ni presidente en funciones ni electo, nada, las cosas como son, pasemos de los requisitos legales. Pasemos. Hace una semana que el presidente Mariano Rajoy se puso a trabajar con la energía que le caracteriza y Ana Pastor sigue ahí, chulita, sin pedir perdón, sin bajar la cabeza, haciendo un periodismo impropio para una televisión pública, y lo bueno, lo llamativo, la noticia, la bomba, el tortazo que nos calla a más de un agorero es que el PP lo permite. Permite que los informativos sigan siendo sesgados, dependientes del último Zapatero, permite que la televisión pública tenga ese tufo socialista que, por más que uno lo intente, no entiende cómo ha sido premiada y reconocida en el mundo entero como la televisión pública con mejores informativos del mundo, permite que el niñato Fran Llorente, descarado servidor de Rubalcaba y compañía, siga mangoneando como si tal cosa.

Por el periodismo como Dios manda

Uno esperaba que en cuanto Rajoy se pusiera a trabajar, y lleva siete días en un sin vivir de trabajo, creo que con el paro descendiendo a raudales, los mercados acojonados y en desbandada en un país al alza, volviera a la televisión pública el verdadero periodismo, el que fortalece la democracia y nos distingue, el del rigor y no el de la pantomima de estos chirigoteros, uno esperaba que el cabreo de Mariloli Cospedal pidiendo una tele pública que no manipule tuviera solución inminente, uno esperaba que el modelo de televisión de Esperanza Aguirre se reflejara en la nacional a las pocas horas, así que uno esperaba que Alfredo Urdaci, el brillante, el ejemplo de integridad, estuviera ya mangoneando en los contenidos. Uno anunció que el acreditado Carlos Dávila, ahora entretenido en televisiones y panfletos de extrema derecha pero sin el predicamento de la pública, iba a ocupar el puesto que jamás debió abandonar. Uno pensaba que alguien tan machista como Sánchez Dragó, desquiciado, chispeante abuelo follador de niñas en flor, además de presentador de informativos como dios manda en Telemadrid –el norte a seguir, la luz del túnel-, quitaría de un hostión a Pepa Bueno y Ana Blanco, viejunas tipas con olor a meados, que diría otro grande del periodismo que uno barruntaba en la pública a los dos días, ese ángel llamado Salvador Sostres, faro que luce junto a Isabel San Sebastián, atinada amazona de la derecha salvaje.

Nada de esto ha pasado en estos aciagos días en que la tele pública sigue igual. No nos haga el feo, señor Rajoy, póngase a trabajar, remedie el disparate. Que vuelva el periodismo como Dios manda y Esteban González Pons reclamaba para la televisión pública.

Hay que restituir a Norma Duval

Ya sé que algún suyo ha empezado la tarea en el apartado del entretenimiento. Veamos. ¿Sabía, señor Rajoy, que durante años, cinco eternos años de insoportable cursilería, culto al ego trasnochado de folclórica rancia, Raphael, un señor de declarado voto conservador, nos daba la Nochebuena en una televisión dirigida por tendenciosos rojos y ateos organizados para implantar el sindiós en la vida? Pues sí, ocurría. Y ningún atrincherado izquierdista del Consejo del ente protestó. Pero este año, válgame el cielo, sustituirán a Raphael por Ana Belén, ya sabe, saltimbanqui de la siniestra, y Ramón Moreno, portavoz popular de la comisión de RTVE, ha dicho que la dirección de La 1 "debe haber tenido una elección complicada a la hora de adjudicar entre los de la ceja el especial Nochebuena: Miguel Ríos, Víctor Manuel, Sabina...".

¿Se entera, señor Rajoy? Así va uno entendiendo mejor las cosas. A porrazos. Desde el primer minuto hay que saber lo que significa gobernar para todos, contar con todos, no pararse en rencillas que no llevan a ningún sitio. Déjense de paños, no se metan con Ana Belén por lo que vota como nadie lo hizo con el de Linares por lo que votara sino por el sopor del pestiño navideño, llamen de una puñetera vez a Norma Duval y restituyan el buen gusto, la inteligencia y el espectáculo de toda la vida, o sea, como Dios manda. Amén.

El arrogante tocado

Rectificar es de sensatos. Y usted, señor Rajoy, ama esa palabra como Paolo Vasile está en ello. El chiringuito no se le viene abajo, pero nota temblores. Y cierra vomiteras hasta ahora cotizadas como Enemigos íntimos o Resistiré, ¿vale?, cuyo nivel de calidad está en ver quién se mete más cosas en la vagina que una de las guarrillas del corral. Que los anunciantes huyan de los muladares de esa cadena no es broma. En reacción de pánico, Vasile no sólo clausura los zafios programas de Santi Acosta y Tania Llasera sino que ha ordenado que el resto de cuadras rebajen el tono, sean menos ordinarias.

¿Recuerdan a María Patiño y sus planchas, sartenes, batidoras, ollas, o picadoras de carne? Pues se acabó. La empresa de cacharros para la casa ha retirado, ojo, de todos los programas de Telahinco, su campaña navideña. Dicen que Vasile, si esto sigue, hará de su casa una televisión pura, y donde dijo Sálvame dirá lo que haga falta. Haga lo mismo, señor Rajoy, no lo deje para más tarde. Ni un minuto más con una televisión pública como esta. Vuelva a los cauces. Haga de este país no un país informado sino un país entretenido. Que sea el reino de Jauja y seamos felices por decreto. Como Dios manda.

LA GUINDA

Mientras en el balcón de Génova Rajoy besaba a su esposa, Elvira Fernández, para celebrar su triunfo en las urnas, el presentador de la cadena árabe Al Jazeera en Doha, capital de Catar, daba paso a su corresponsal en Madrid. Y entró en directo. Nadie se percató de que dos chicos, seguro que todo muy preparado, se colocaron detrás, en el mismo plano, y se dieron tal morreo que los del turbante no lo encontrarían en metros.