Cuando el éxito se vuelve deslumbrante puede deformar la realidad y desembocar en un mundo artificial. Este es el riesgo ante el que se sitúa el convenio de hostelería firmado de forma multitudinaria, con testigos y tutores preferentes, en escenario de solemnidad institucional.
Se ha cerrado un acuerdo marco nunca visto en la fecha más adecuada, otro mérito atribuible a Iago Negueruela, y se levantan unas expectativas de consolidación y desarrollo complejo en el poliédrico y cambiante ámbito del turismo. La presidenta Armengol habla de la «fortaleza del diálogo social». Está por ver la fortaleza del trabajo social y empresarial.
Con la promesa de un 8,5% de incremento salarial en dos años, la evaluación de las cargas de trabajo, una mesa específica para los problemas de restauración y 40 millones para infraestructuras de formación que parecen entusiasmar a la patronal, la temporada no puede comenzar con mejor pie. Si a ello añadimos un nivel de reservas aceptable, tampoco queda margen para la conflictividad.
Un convenio de hostelería asumido y firmado por primera vez por todas las partes afectadas, incluido el sector del ocio nocturno, da alas. Es todo un alivio que permite albergar esperanzas de menor dificultad para captar y afianzar trabajadores, aunque no tenga capacidad de estabilizar los problemas de vivienda y costes básicos. Es también un buen cartel preelectoral. De momento, el Govern sabe que los hoteleros no le moverán la foto. De ahí la oportunidad del momento.