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Mi prostíbulo sigue abierto

Las restricciones que pregona el Govern son papel mojado y encima llegan tarde. La humorada de prohibir el botellón playero a finales de agosto, y solo tras la sugerencia de unos Vecinos más inteligentes que un batallón de epidemiólogos, omite que el alcohol callejero no decayó. La rebaja de temperaturas ha sido más efectiva que la autoridad poco competente.

En el plano sexual, todo el mundo tiene un burdel de referencia. No siempre en calidad usuario, simplemente por proximidad domiciliaria o porque jalona el trayecto habitual. Pues bien, mi burdel sigue abierto, con las luces refulgentes en una fachada de treinta metros, en la acera de una de las calles más largas y concurridas de Palma. Claro que el Govern puede alegar a favor del mantenimiento de la apertura que el lupanar está atendido por personal de China, país que felizmente ha extirpado el coronavirus.

Eso sí, el cierre en falso de los prostíbulos ha alumbrado estos días una conmovedora literatura contra el sexo de alquiler, de una calidad que tal vez compensa la esterilidad de la medida. La izquierda pretende derrotar al virus con la moralina no ejecutiva, es curioso que el Madrid de derechas enfoque con mayor mala saña la limitación al culto en los templos y ritos del catolicismo.

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