Un virus planetario conseguía esta semana lo que no habían logrado décadas de escándalos sexuales y etílicos, de vídeos virales grabados con móvil, de sesudas comisiones de seguimiento, de farragosos debates políticos, de quejas vecinales y de problemas de orden público.

El temor a las concentraciones descontroladas de jóvenes de fiesta en estos tiempos de coronavirus y, sobre todo, el pavor al efecto de estas imágenes en los mercados emisores, llevaron al Govern a decretar el cierre, sin contemplaciones, de los principales templos del exceso de Mallorca que actúan de facto como sendas colonias británica y alemana: Punta Ballena, en Magaluf y la Calle del Jamón y de la Cerveza en Platja de Palma. El miércoles fueron clausurados los locales de ocio y así seguirán por lo menos durante los dos próximos meses.

En este contexto, la pregunta es obvia: ¿estamos ante el fin de una era? O, dicho de otra forma, ¿la profilaxis sanitaria a la que obliga el coronavirus dará la estocada final a este modelo de ocio nocturno que lleva décadas en el punto de mira de las autoridades o será un mero paréntesis tras el cual nada cambiará? A pie de calle, los empresarios de Punta Ballena tienen clara su respuesta: "¿Estocada final? ¡Para nada! La gente siempre seguirá viniendo en busca de este ambiente nocturno". Y algunos de ellos no descartan apurar la temporada una vez levantada la prohibición.

En la Platja de Palma, una de las estrellas de Ballermann, el cantante Mickie Krause, no hace una especial autocrítica y carga contra las interpretaciones a su juicio "exageradas" sobre los vídeos de concentraciones festivasinterpretaciones a su juicio "exageradas" sobre los vídeos de concentraciones festivas, sin distancia social y sin mascarilla. Lo cierto es que, en la historia del turismo internacional, no existen precedentes de una supresión tajante de un subsector de la oferta turística como estas zonas de ocio nocturno.

Protección y selección

Así lo apunta el consultor Antoni Munar, quien, en todo caso, señala que el terreno de juego en el que estaba acostumbrado a moverse hasta ahora el sector turístico balear deberá dar cabida a dos nuevos conceptos: selección y protección. "Cabe la pena reflexionar sobre si ha llegado el momento de sustituir los índices de volumen y aplicar la palabra selección. Hay que decir: 'Señores, estos destinos como Balears son muy limitados de recursos y tenemos que seleccionar'. Íbamos en una sociedad a toda velocidad y la crisis del coronavirus nos ha devuelto al modo 'low' [lento]", expone Munar, quien hace hincapié en que, en estos tiempos inciertos, más que de promoción "habría que hablar de protección". "Hay que hacer un replanteamiento del márketing", dice.

Esa selección, continúa, debería aplicarse para el turismo de excesos. "Si ese turista me va a estropear la imagen, no lo quiero. No pasará nada. ¿Balears puede estar sin ese segmento de mercado que no se porta bien? ¡Claro!", sostiene el consultor turístico, quien considera que estas arterias de ocio nocturno "deberán adaptarse a los nuevos tiempos".

En su opinión, en este proceso de adaptación, tienen mucho que decir las tres partes que se benefician de este flujo de turistas: los turoperadores, que "venden a precios muy baratos; los hoteleros, que "aceptan estos precios"; y la oferta complementaria, que se beneficia de este tipo de clientes. Y todo ello sin olvidar el papel de la administración, haciendo cumplir las normativas existentes.

Dilema turístico

La reversión de una oferta de excesos no es cuestión de un decreto. Se trata de un modelo que lleva macerándose en alcohol durante décadas como lo demuestra que en 1965 ya había guías turísticas que hablaban de que en Palma se podía hacer bar crawling (en sentido literal y figurado: arrastrarse por los bares), como recuerdan los historiadores Tomeu Canyelles y Gabriel Vives, que han publicado recientemente el libro Magaluf, més enllà del mite (Ed. Lleonard Muntaner).

En esa Mallorca que se transformó por obra y gracia del boom, hubo zonas en que el turismo de baja calidad acabó sustituyendo al de élite de sus inicios, y ahora se trata de profundizar en el camino inverso. "¿Cómo es posible prescindir de este tipo de turista? El instrumento más eficaz es el precio. Si mejoramos el producto y aumentamos los precios, el mercado ya nos llevará a prescindir de él de forma natural", explica el vicedecano de la Facultad de Turismo de la UIB, Tolo Deyà.

Éste es el camino emprendido en los últimos años en Magaluf y Platja de Palma, con fuertes inversiones hoteleras y la implicación institucional con la elaboración de normativas antiexcesos. Unas normativas que, en su opinión, deberían haberse aplicado en toda su profundidad en Punta Ballena y en las calles del Jamón y de la Cerveza antes de decidir la clausura total de los negocios. "Este año, esos turistas de excesos no van a venir. ¿Balears puede permitirse el lujo de perderlos? Eso se verá. Aún no tenemos un estudio del coste que supondrá", apunta Deyà.

Como dice el tópico, las crisis siempre suponen una oportunidad. Pero la historia turística de Mallorca evidencia que también pueden implicar un peligro, ya que, de anteriores periodos recesivos, se salió profundizando en el modelo low cost. Y ahí está el ejemplo de Magaluf, donde, como esgrimen Canyelles y Vives, las ofertas etílicas proliferaron en gran medida como gancho para atraer turismo tras la terrible crisis del petróleo de 1973gancho. Las consecuencias de ese modelo son de sobras conocidas.