España alcanza ahora las cifras atenuadas de contagios que Mallorca redondeó hace dos semanas. Sin embargo, no habrá de momento un final feliz hollywoodiense del coronavirus. No es un cero absoluto, sino un cero relativo que permitirá un goteo indefinido de nuevos casos y de fallecimientos cada vez más espaciados, gracias a la ciencia y el coraje médicos.
Por tanto, no hay solución sino transacción con la pandemia. Los políticos que predican un turismo con todas las garantías no saben de qué están hablando. Con los porcentajes hoy asumidos en los distintos países europeos incluida España, cada avión que aterriza en Son Sant Joan trae una media de un infectado y de cinco pasajeros contagiados, en distintas fases de la enfermedad.
Si algún vuelo está completamente limpio en la pretensión absurda de las autoridades, el siguiente transporta el doble de carga vírica. Con dos matizaciones considerables. Cada avión que despega de Son Sant Joan evacúa también inconscientemente a un enfermo con los oportunos contagiados. Y sobre todo, los famosos turistas no llegan a un paraíso virgen de virus para contaminarlo. En buena parte de los casos, al viajar arriesgan más que los nativos.
No andaba desencaminado por una vez Pedro Sánchez el sábado, al recordar que la esencia de la industria de los forasteros es que "los turistas quieran venir". El procesamiento para lograr la limpieza de sangre de los visitantes es inviable, procede hablar de riesgo y no de seguridad.
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