En Dakar, Babacar Diakhate estudiaba Derecho, pero tuvo que dejar los estudios por falta de dinero. Cuando se juntaba con sus amigos veían pasar los aviones y se decían: “¿Cuándo vamos a ir a Europa?, aquí no hay futuro”. Uno de sus amigos hizo el viaje por mar, en patera. Nunca llegó: murió en la travesía. A Babacar su familia le dejó el dinero para el billete y vino en avión. Llegó en 2009, con 120 euros en el bolsillo. Era noviembre, recuerda el frío.

Pensaba que al día siguiente de llegar ya iba a encontrar un trabajo. Admite que desde África tienen una visión idealizada de Europa: “Algunos familiares se pensaban que por vivir aquí yo tenía los bolsillos llenos de dinero”. Pero nada más llegar, la única vía que encontró para tener ingresos fue ponerse a vender gafas por las calles. Como la mayoría de sus compatriotas.

Compró 30 gafas por 30 euros y salió a patearse El Arenal, al que llamaba lamb-ji, la palabra en Wolof para referirse a un ring de boxeo. Porque él vivía cada día como una lucha, tanto contra el exterior ­-“Por las agresiones verbales y físicas de los turistas y por el maltrato policial, que además me quitaba la mercancía una y otra vez”- como contra el interior -“Me preguntaba: ¿Qué estoy haciendo aquí?”-. Y toda esa lucha, para sacar 15 euros al día o menos: dinero con el que debía mantenerse aquí, además de mandar una parte a su familia de Senegal. Babacar insiste varias veces en una idea: “Nadie sueña con dedicarse a la venta ambulante”.

Así lo asegura y así lo confirman las 139 encuestas realizadas por Cáritas para realizar un estudio sobre la situación de los senegaleses que se dedican a la venta ambulante en Mallorca.

La investigación fue presentada ayer por el investigador y sociólogo Enrique Gómez, que expuso que siete de cada diez senegaleses dijeron dedicarse a la venta ambulante: “Saben que es ilegal, pero no tienen otra opción”. Dos de cada tres de ellos se encuentran en situación irregular. Más del 60% de los encuestados viven en pisos con nueve compatriotas o más.

La mayoría de ellos son hombres jóvenes (de entre 25 y 40 años) que han llegado a Mallorca en los últimos tres años. Un 43% ha sido multado; un 3% ha sido detenido y un 10% dijo haber sufrido episodios discriminatorios por parte de turistas, especialmente por jóvenes en las zonas de ocio nocturno. Aunque en general están satisfechos con el trato recibido -“Aquí tenemos derechos y se respetan, no como en Senegal”­­­-, algunos sí relataron situaciones de racismo con los clientes- Babacar aseguró que le dolían más los insultos que las agresiones, aunque dijo haber sufrido palizas que le dejaron “sin saber si era de día o de noche”. El joven también lamentó el maltrato policial: “En general actúan de forma normal, hacen su trabajo, pero un policía que tiene un mal día puede pegarte”.

Gómez razonó que estos inmigrantes dejan su país porque las condiciones de vida allí son realmente muy desfavorables. Únicamente un 20% de los jóvenes de 16 años está estudiando: lo habitual es que los chavales dejen la escuela para trabajar y contribuir a la economía familiar, aunque las condiciones de trabajo son muy “desventajosas” y las perspectivas de progresar, nulas.

Por eso se animan a emprender la ruta a Europa “con unas expectativas demasiado elevadas”, señaló el investigador, que ha percibido además que estas personas afrontan el viaje “con falta de planificación”. El camino hasta llegar a Mallorca se hace “en condiciones infrahumanas” y sufren hambre y robos, además de la incertidumbre y el miedo a la travesía, en el caso de aquellos que llegan en patera. Un testimonio incluido en el informe cuenta que llegó a Tenerife en piragua: “Pagué mil euros y salí desde Zinguincho. Todo fue bien, pero cuando llegué, no vi tanto trabajo”.

Bàrbara Picornell, coordinadora de Acción Social de Cáritas en Palma, recordó que llevan 14 años dando apoyo y acompañamiento al colectivo de senegaleses en la isla (en toda Balears hoy viven alrededor de 4.500 senegaleses) .

Hasta 600 vendedores en verano

Indicó que es difícil saber con exactitud cuántos senegaleses se dedican a la venta ambulante en la isla, aunque estimó que en verano la cifra puede estar entre las 500 y las 600 personas. La mayoría vende gafas, peluches o sombreros y las zonas habituales son El Arenal; Magaluf; bajo la Seu, el Passeig Marítim y la Plaça Major de Palma; Santa Ponça y los mercados de pueblos.

Babacar hace años que logró su permiso de residencia y un contrato en un hotel y pudo dejar de vender. Cree que es el momento de “poner sobre la mesa la situación” y buscar una solución para los compatriotas que quieren trabajar de cualquier otra cosa que no sea la venta ambulante pero al no tener permiso de residencia no logran un contrato de trabajo, y al no tener contrato lo tienen complicado para conseguir el permiso de residencia.

Hoy Babacar tiene 35 años y sonríe y hace muchas bromas. Ha salido adelante, pero le ha costado. Han sido muchos años de lucha en el lamb-ji de la calle.