El desembarco de s'Albufera
Algunos cargan con mochilas de 20 a 50 kilos y llevan sus fusiles en sus manos
"Cuanto más se suda antes de la guerra, menos se sangra en ella", afirma Ruy Díaz en 'Sidi' (Arturo Pérez Reverte). Y en eso estaba ayer la Infantería de Marina, que, dentro de los ejercicios Balearex-19, desembarcó sus efectivos en la playa de Muro.
Encuentro en el comedor de la tropa las 6.15 horas de la mañana. Sin desayunar y ya pertrechados: "Si te mareas, no bebas mucha agua", aconseja la capitana Silvia Artime. En teoría hay que embarcar en las lanchas LCM 1 E un cuarto de hora después, pero como todos los planes siempre se tuercen, se retrasa una hora. En este empleo, la espera se lleva la mayor parte del tiempo.
Soldados y oficiales aguantan pacientes hasta que llaman a sus secciones para bajar hasta el dique, ya inundado, donde esperan las lanchas cargadas de Vamtac (vehículos de alta movilidad tácticos) y Piranhas artilladas.
Salimos a las 7.40 horas en una de las primeras LCM, cargada con una ambulancia, un Vamtac de comunicaciones, otro de carga... A bordo van miembros de la OMP, como la capitana Artime. Son los que organizan el movimiento en las playas, tanto de vehículos como de personas y lanchas. Llevan un brazalete rojo en el brazo para distinguirse del resto.
El mar está bastante calmado, mucho más de lo que hace un par de días predecían los meteorólogos del portaaeronaves Juan Carlos I. Apenas algunas olas, restos del mar de fondo de días atrás. Eso sí, hay previsión de lluvia y el cielo está encapotado: caen algunas gotas al principio, que sobre las 10 horas se convierten, por momentos, en chaparrones considerables.
A las 8.16 llega la LCM a la playa. No es fácil desembarcar en Muro. Se aproxima lo más que puede, pero hay demasiada profundidad en algunas zonas, además de que está lleno de camellones, jorobas de arena producidas tanto por la corriente como por la sacudida de la lancha y su portón. Un miembro de la OMP, con traje de neopreno, supervisa dentro del agua la zona sumergida. Da su aprobación y los vehículos, ya destrincados, descienden por la rampa del portón, empinadísima. De hecho, parece que se van a empotrar el morro en la arena, pero salen airosos y alcanzan la playa. Si alguno encallara (incluso la LCM), hay preparado un bulldozer con una Yokohama, un enorme cilindro que sirve para desembarrancar, amén de aplanar la arena.
Peor lo tienen los infantes de Marina, a los que el agua cubre hasta la cintura. En esas circunstancias resulta complicado moverse, pues algunos cargan con mochilas de 20 a 50 kilos de peso, llevan sus fusiles GB-36 E en sus manos y tienen que soportar, además, las olas. Y encima, la arena de fondo hace que caminar sea más pesado. No obstante, peor sería que fueran còdols. Son apenas 15 metros con el agua hasta el ombligo, pero se hacen eternos.
Llegamos empapados a la playa. Al principio no se nota el frío, pero al cabo de hora y media empieza la tiritona, de ahí que muchos lleven calzado, muda y pantalones de recambio. Se pasarán allí todo el día, por lo que evitan, en lo posible estar mojados. Lo que no podrán impedir es que la lluvia los cale más tarde.
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