Las promesas de un político en la oposición no valen nada. En campaña electoral cotizan a cero. Cuando alcanzan el poder, solo pagaríamos calderilla, y sería tirarla a la basura, por sus compromisos.

La promesa, compromiso o acuerdo al que Pedro Sánchez llegó el pasado noviembre con Francina Armengol es palabra mojada. Ni siquiera papel mojado porque, otra vez la misma excusa, la parálisis institucional ha impedido poner negro sobre blanco la inversión de 360 millones de euros destinados a mejorar la depuración de aguas y las redes de alcantarillado de las islas.

La perpetuación del Gobierno en funciones es el parapeto imperfecto con el que ocultar la ruina de las arcas públicas. Recordemos que el mismo pretexto fue utilizado para demorar las transferencias a cuenta a las autonomías. La realidad que todos obvian es que no hay dinero para tanta promesa. No lo hay para los compromisos verbales o escritos con las regiones o ayuntamientos. Tampoco para lo que proclaman en los mítines el presidente Sánchez y otros candidatos.

Bruselas acaba de advertirlo con la sobriedad característica de los funcionarios europeos. Existe un "riesgo de desviación significativa" respecto a los objetivos de déficit y de deuda para este año y el siguiente. Si España constituye un día un gobierno estable, sacará la tijera de inmediato, la misma que oculta en plena excitación electoral.

No eludamos nuestra responsabilidad, la de los medios. Dejemos de titular Madrid, el Gobierno, Sánchez o el sursuncorda gastará, invertirá, construirá, pagará tal o cual proyecto. Pongámoslo todo en cuarentena. Excitará menos a lectores y periodistas, pero se ajustará más a la verdad.