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Análisis

Podemos y Més firman su acta de defunción

Podemos y Més firman su acta de defunción

La legislatura se abre expidiendo el acta de defunción de Podemos y Més, a tono fúnebre con el entierro del renovador Vicenç Thomàs en la presidencia del Parlament, justo premio al médico que inauguró Son Espases. El PSOE antediluviano ocupa la derecha política, aportando al Govern a la novedosa Rosario Sánchez, incapaz de atrapar a un vulgar pirómano. La izquierda queda vacía de representantes y de contenido. Se ha resignado con menos de lo que tenía cuando se levantó irritadísima de las negociaciones.

La venta conformista de sus principios a un precio módico subraya la sed de cargos de los socios de bajo coste al servicio del PSOE. Entretanto, el candidato autonómico de Més huye a patadas al país enemigo, en recompensa por sus pésimos resultados. El único premio de Miquel Ensenyat debió ser el ostracismo.

Una somera regla ética exigiría que Fina Santiago y Vicenç Vidal renunciaran a repetir en los cargos que han desembocado en unos resultados electorales desastrosos, sin mencionar una negociación todavía más deprimente. Por tanto, conservan sus carteras. Ningún negociador de Més sin su botín, los votantes no pueden decir lo mismo.

Lejos quedaron las amenazas encabritadas de “nosotros controlaremos al PSOE, nos tendrán enfrente, no seremos como Podemos”. Tanto Més como los morados hubieran aceptado un REB más miserable que las migajas de Sánchez a Armengol. Las dos formaciones residuales esclavizadas por los socialistas han aceptado incluso la humillación de rebajarse a Secretaria y Secretario del Govern, dos puestos que estaban garantizados sin necesidad de discusión por los ejecutivos mestizos de Valencia o Balears.

Las auténticas víctimas del Pacto de saldo son los 121 mil votantes inocentes traicionados por Podemos y Més. Se les ordenó vigilar las tentaciones despóticas del PSOE, y han colocado a los partidos subordinados al borde de una extinción que parece incluso deseable. Los presuntos disruptores han resucitado el bipartidismo, porque los socialistas son tan escabrosos como el PP de toda la vida. El Palacio de Congresos y Son Espases demuestran que obedecen a los mismos amos.

Podemos garantiza la configuración de la política autonómica como una casta. Ante la indefensión, cabe preguntarse quién efectuará el control del Govern monolítico del PSOE. No incurrirá en esta pesada tarea el perdedor nato Biel Company, acobardado portavoz incapaz de cumplir hasta su programa de oposición, que consistía en dimitir si los votos no le acompañaban. El supuesto magnate millonario se arrastra por el suelo y el sueldo del Parlament, aparte de que no sabe enhebrar un discurso con más de tres palabras. Y eso que el Consell de Eivissa en manos del PP supera en valor a las baratijas que los socialistas han repartido entre sus indios.

Queda descartado asimismo el escrutinio a cargo de la ampulosa Oficina Anticorrupción. En un año solo ha recibido una denuncia referida al Govern, que probablemente archivará sin consecuencias. El silencio cómplice de El Pi reside en las trece alcaldías mallorquinas pactadas personalmente por Font y Armengol, con lo que el partido regionalista acumula más poder que la suma de Més y Podemos. La conselleria de Pesca y Agricultura creada para la nula Mae de la Concha responde por un 0,4 por ciento del PIB. Bajo este criterio, el Govern debería contar con 250 carteras. Una dirección general por el sueldo de una consellera.

La primera iniciativa del Govern ha de consistir en destapar una placa con los nombres de los negociadores de Més y Podemos, para garantizar que no representen jamás a Mallorca en actos de sumisión como la gestación del Govern gallináceo de Cocoricooperación. A semejanza del gabinete impuesto por Sánchez a Iglesias, para aclararle que en realidad desea pactar con Ciudadanos.

El PSOE se las promete muy felices tras pisotear a sus socios exangües. La cegadora soberbia socialista olvida que la generosidad al principio de la legislatura ofrece frutos de lealtad durante cuatro años. Ha sembrado las semillas de un mandato plagado de turbulencias, que ahora deberá resolver sin el recurso tan frecuente en el anterior Pacto de cargar las culpas por sistema a Més.

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