La irrupción del fascismo en el parlamento andaluz ha sido posible porque casi 400.000 votantes han sido capaces de almacenar la suficiente cantidad de odio. Odio a la izquierda y a los catalanes; y también al que profesa otra religión, habla otra lengua, es feminista, homosexual o tiene otro color de piel. Por eso con el fascismo no se pastelea; al fascismo se le combate.
La izquierda también tiene su cuota de responsabilidad, por su puesto. La vieja y la nueva, la que llegó para asaltar los cielos y se fue a la lona al primer asalto. Las buenas intenciones no bastan, también debería saberlo una Francina Armengol que tendrá muy poco que ofrecer a sus votantes después de otra legislatura echada a perder.
A la todavía presidenta no le bastará con pedir el voto con el único argumento de que los demás son peores. Esa fue precisamente la estrategia de Susana Díaz y fracasó porque los votantes de izquierdas desertan si la única propuesta es obligarles a elegir entre lo malo y lo peor.
Los estrategas electorales del PSIB, Més y Podem también deberían recordar que a la vapuleada presidenta andaluza no le sirvió de nada azuzar el miedo a la extrema derecha. Solo queda la bala de presentar un proyecto político serio e ilusionante, así que lo tienen francamente mal.
La ultraderecha se alimenta de un odio transversal, por eso Balears también está en su radar. Biel Company lo sabe y ya ha abierto los brazos al Vox de Jorge Campos por si en mayo necesita sus votos. Qué más da pactar con el fascismo si a cambio conquistas el Consolat. Los próximos meses asistiremos a un obsceno cortejo del PP balear a la extrema derecha, pero no extrañará a casi nadie porque al fin y al cabo proceden del mismo lugar.
No hay un fascismo sensato, ni moderado; es siempre liberticida y profundamente intolerante. Vergüenza para quienes lo blanquean.