Durante décadas, la única incógnita de las elecciones autonómicas dilucidaba si el PP alcanzaría la cifra mágica de 30 diputados, la mitad más uno del Parlament. La hegemonía solo permitía moderar el grado de humillación que la apisonadora popular infligiría a sus rivales. Hasta que Gabriel Cañellas vio debutar a un portavoz socialista llamado Francesc Antich, y pronunció un oracular "estos han encontrado un líder". El president más longevo de la historia de Balears vio venir los Pactos de Progreso.

Los populares no bajaban de 29 diputados desde tiempo inmemorial, pero en las últimas autonómicas se estrellaron en veinte. Si ya fueron desplazados en dos ocasiones anteriores en que se situaron a un escaño de la mayoría absoluta, el resultado de 2015 los condenaba a la irrelevancia. Han ejercido una oposición decorativa, sin la oportunidad de crear inestabilidad en el tripartito gobernante. Después de dos Pactos de Progreso fallidos, se trataba de establecer la recuperación de los populares en 2019, su rebound en aplicación de la elasticidad que les caracteriza históricamente.

Sin embargo, ningún sondeo ni análisis racional garantiza hoy el mantenimiento de los veinte diputados populares, la mejora de esa cifra se adentra en la ensoñación. Cada escaño por debajo de la veintena ahondaría el fracaso de la derecha tradicional, pero el PP firmaría hoy quince asientos, en la esperanza de que Ciudadanos y El Pi aportaran el combustible suplementario para propulsarse hasta la mayoría absoluta. Qué lejos queda 1995, año en que Cañellas pretendía exorcizar definitivamente el papel de bisagra de UM, elevando de tres a cinco el porcentaje mínimo para optar a la representación. El entonces president llevaba en el bolsillo un papel con los votos que obtendrían las listas de su odiada Maria Antònia Munar, en cada uno de los municipios mallorquines.

Un cuarto de siglo más tarde, Biel Company implora el auxilio de Ciudadanos a ocho meses de los comicios. Al menos, conoce las limitaciones estructurales de su propuesta. Si derrumbarse de veinte a quince supondría un fracaso asumible para el PP, los socialistas se felicitarían de esa cifra que mantienen en la actualidad, al adjuntarles la diputada por Formentera. A este lado del espectro, el PSOE debería confiar de nuevo en que Més y Podemos aguanten el tirón.

Las elecciones europeas, legislativas y regionales han demostrado la esterilidad de los sondeos ante la atomización del mapa electoral, lo cual obliga a aguzar el olfato. Antes que fabular ordenaciones incalculables tras el declive del bipartidismo, conviene diseñar una matriz sobre las posibilidades de partida. En vísperas de las autonómicas más disputadas de la historia de Balears, que además son las décimas, un niño jugando con su Lego distribuiría los 59 escaños en juego en una estructura de cuatro vasos comunicantes. Corresponden a 15 (PP) - 15 (Ciudadanos /El Pi) - 15 (PSOE) - 15 (Podemos/Més). Esta estructura sacrifica la exactitud a la simetría, porque la suma da sesenta, pero el baile de un escaño caprichoso define la política balear desde antiguo.

El 15-15-15-15 no se producirá, pero funciona mejor que otros planteamientos para acertar con el resultado final. Es importante recordar la liquidez de los valores numéricos apuntados. Es decir, cualquier aumento o descenso en la cuota de un partido ha de repercutir en los demás, con especial énfasis en las formaciones situadas en el mismo lado del espectro. Por ejemplo, un partidario del PP o un amante de la tradición destacará iracundo que su formación de toda la vida no se va a quedar por primera vez a la altura autonómica de los socialistas. O recordará que Ciudadanos es una opción especializada en defraudar las gloriosas expectativas de sus avalistas, según demuestran sus escuetos dos diputados actuales. Perfecto, en tal caso puede elevar el termostato popular a 17, quizás hasta reproducir los veinte diputados vigentes. Ahora bien, este aumento de la autoconfianza repercutirá de inmediato en un debilitamiento de los 15 diputados de PI/Ciudadanos, o con menos probabilidad en la cosecha de la izquierda. El mapa quedaría quizás en 18 (PP) - 11 (Ciudadanos/PI) - 15 (PSOE) - 15 (Podemos/Més). Es decir, mayoría absoluta de izquierdas con un resultado del PP mejor de lo esperado.

La especulación anterior demuestra de nuevo que el 15-15-15-15 no es exacto, solo es útil. Una vez aclarado que el crecimiento propio puede dañar la lozanía de los socios, al ensombrecer su crecimiento hasta el punto de que la unión no alcanza la mayoría absoluta, conviene repasar qué ocurre en las dos casillas compartidas. También allí hay que imaginar un ejercicio de simbiosis. Si Ciudadanos desconecta de un público en clave autonómica, sube El Pi. Y viceversa, si el peso urbano asfixia a la Mallorca real. En la izquierda, la crisis de Més engorda a Podemos. Y viceversa.

¿Lo tiene más difícil Company hoy que Cañellas o Matas con el bipartidismo? Es una pregunta endiablada. El PP antiguo era la única alternativa no solo para una opción ideológica, sino también sociológica. El partido de los mallorquines, votado a menudo por más de la mitad de los participantes en los comicios. Un lector adjuntó un sabio comentario a un artículo sobre las carencias del actual presidente de los populares de Balears. "Es igual, podemos votar a otros". Se ha incrementado la oferta, y el grupo dominante depende de la competencia para sobrevivir.

Insuflar energía a Pi y Cs

El año que viene, los populares han de insuflar energía al Pi y a Ciudadanos, pero también han de mantenerlos maniatados, para no ser desbancados por sus presuntos aliados. Por primera vez en 2015, una firma del bipartidismo se veía superada por sus socios. Més y Podemos sumaban cuatro diputados más que el PSOE. La presidencia de Armengol se cimenta en el engaño de los líderes ecosoberanistas y antisistema a sus votantes. Gobernar les parecía demasiado trabajo. En 2019, la suma de Ciudadanos y El Pi tuteará al PP aunque no lo iguale.

Al PSOE tampoco le conviene crecer el último domingo del próximo mes de mayo a costa de sus socios. En primer lugar, porque la mejoría socialista puede depauperar a sus vecinos hasta el punto de dejarlos inservibles para una alianza. En segundo pero no menos relevante, porque la desmoralización de los partidos minoritarios de la izquierda puede impulsarles a repudiar o encarecer una reedición del Pacto de Progreso.

El 15-15-15-15 se reordena en 30-30 al dividir entre izquierda y derecha, de nuevo con la melladura de un diputado que vale el Govern. Esta alineación implica la miscibilidad entre los planteamientos antagónicos de El Pi y Ciudadanos, el poder a todos iguala. Aunque el sueño incumplido del PSM ha sido votar en alianza con el PP del que se sienten hijos pródigos, solo un partido dispone hoy de la versatilidad suficiente para alinearse junto a PP o PSOE. Se trata de El Pi. Si la suma de fuerzas de derecha alcanza la mayoría absoluta, nadie puede albergar la menor duda de que Jaume Font se arrejuntará con PP y Ciudadanos. De quedar inutilizada esta hipótesis, los regionalistas pueden sentirse tentados a negociar con PSOE y Més, desde luego sin la intromisión radical de Podemos.

Durante la presente legislatura no se ha cumplido la premonición de Font a este diario tras la firma del tercer Pacto de Progreso, en el sentido de que "los 34 diputados del Pacte se reducirán en más de una ocasión a 24 (por el desmarque de Podemos), y entonces Francina se girará hacia El Pi". Los hombres de Pablo Iglesias en Balears se han distinguido por su docilidad ejemplar, incluso tras abandonar el redil por disputas internas. Además, la fraternidad vigente entre Iglesias y Pedro Sánchez en Madrid debe trasladarse por principio a las circunscripciones inferiores. Los regionalistas han perdido capacidad de maniobra, por culpa de la política estatal que sirve de pedernal a su discurso.

El cañamazo 15-15-15-15 seduce por su cadencia, y no se puede descartar. La belleza del 2 (PSOE) - 2(Ciudadanos) - 2(PSOE) - 2(Podemos) desaconsejaba asimismo esta secuencia en las generales, pero hoy compone la quiniela mejor aceptada por los sondeos. A las autonómicas se incorporan Més y El PI, en aplicación del voto diferencial de miles de mallorquines que solo apoyan a partidos regionales en dicho ámbito. Balears es la única comunidad con lengua propia o insular que jamás ha enviado un diputado de marca autóctona a Madrid.

El partido que más decepciona al pasar de los cálculos a las urnas es Ciudadanos. A escala estatal, el CIS le otorgó dos mayorías absolutas junto al PP, que nunca se materializaron. Sus dos escaños actuales en el Parlament también se hallan por debajo de las previsiones de 2015. Tiene que demostrar que puede colocarse a la altura del viejo campeón desfalleciente, un PP que en compromisos precedentes ha mostrado una notable capacidad de recuperación.

Y frente al etnocentrismo mallorquín que despide todo lo anterior, la última herencia envenenada de Cañellas es el voto paritario entre islas que concede a Eivissa y Menorca un peso electoral muy superior a su población.

En su momento, la derecha desconfiaba de Mallorca pero estaba convencida de que los caciquismos atávicos de las otras islas jamás le traicionarían. Pronto sufriría un duro desmentido.