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Opinión

Lo que se nos viene encima

Lo que se nos viene encima

Los editoriales de los diarios de mayor difusión de España han sido unánimes a la hora de dedicar los presagios más negros al Gobierno del nuevo presidente Sánchez. Como cuando se escribe esta cuartilla no se tiene ni el menor indicio de cómo será éste, si monocolor o de coalición, ni cuáles serán los partidos que, de darse el segundo caso, dispondrían de algún ministerio, poco cabe decir a tal respecto. Pero los nubarrones oscuros anunciados tienen que ver con la manera como triunfó la moción de censura. Pese a que el entonces impulsor de la iniciativa juró y perjuró que no iba a negociar los apoyos, si bien tampoco los desdeñaría vinieran de donde viniesen, los días previos a la votación del viernes demostraron lo contrario. Sánchez, que no el PSOE, negoció, y mucho; en particular con aquellos de los que dependía que la moción cayese de un lado u otro, es decir, con el Partido Nacionalista Vasco. Incluso por la vía interpuesta de declarar que mantendría los presupuestos como salieron del Congreso de los Diputados.

Vaya por delante que Rajoy tenía que irse, aunque su inmensa soberbia le impidió convocar elecciones y dimitir, que era lo propio. Pero la cuestión que interesa ahora no es la del final de opereta de quien se despide en un restaurante sino es la de si es viable un Gobierno como el que se apunta tras la marcha de Rajoy. Como es lógico, dependerá de cómo quede el que se publique en el Boletín Oficial del Estado. Pero, sea cual sea, lo que no va a cambiar es que los apoyos que tuvo Sánchez para acceder a la presidencia cual sea, lo que no va a cambiar es que los apoyos a Sánchez para ganar la moción de censura dejan en una broma el recuerdo del monstruo del doctor Frankenstein. Ahí es nada llegar a la presidencia gracias a los votos de los partidos que lanzaron el reto contra el Estado y la Constitución a través de la proclamación (de la forma y con las consecuencias que se quieran) de la república catalana. Siendo así, la comparación con el pacto que sostiene a la señora Armengol como presidenta de Balears no viene a cuento. Si entenderse con Podemos resulta difícil, hacer lo propio con Esquerra Republicana y el PDeCat va a ser mucho más complicado. Porque el diálogo que ha ofrecido de inmediato Sánchez carece de sentido salvo que se hable de la independencia y de los mecanismos para alcanzarla, algo que cabe pensar que ni el más indocumentado y bárbaro de quienes apoyaron la aplicación del artículo 155 podría mantener como objetivo.

Queda el asunto nada menor de los presupuestos. De hecho, el PP podría vengar su derrota admitiendo las enmiendas en el Senado y devolviendo el borrador al Congreso, donde los socios momentáneos de Sánchez esperarían con las garras abiertas. En el Partido Popular dicen que no lo harán pero el detalle nada menor de cómo gestionar un programa social con los presupuestos de los que abominaron tanto el PSOE como Podemos queda en pie. Aún más difícil parece el poder abordar cambios de enorme importancia de las leyes de convivencia política salidas de la transición en 1978, pasando por la imprescindible reforma constitucional, sin contar ni por asomo con una mayoría estable.

En esas circunstancias, cualquier predicción se antoja temeraria. Pero se me pide una, así que ahí va: el caos se adivina, las elecciones adelantadas se vuelven algo casi inevitable y Sánchez, al cabo, habrá logrado lo que quería: ser expresidente. Con el mérito de lograrlo sin haber pasado siquiera por la condición de diputado.

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