­El Fortuna es un yate pensado para un rey, pero no para el español. El diseño inicial de un portento náutico de 42 metros de eslora y capaz de desplazarse sobre las aguas a 70 nudos o 130 kilómetros por hora estaba destinado a Karim Aga Khan IV, monarca sin reino porque gobierna a los quince millones de musulmanes ismaelitas desperdigados por una treintena de países.

Un fanático de la náutica y de la velocidad como Juan Carlos de Borbón debía encapricharse por fuerza de los planos del bólido que le mostró el Aga Khan, su cómplice fraternal desde que compartieran en la infancia el internado suizo de Saint-Jean en Friburgo. Una vez más, el creador de la moderna Cerdeña desde el emporio de Porto Cervo cedió a los deseos de su amigo español, y le entregó la matriz del Fortuna. Sus vidas se entrelazan con tal fuerza que el soberano ismaelita ha sido la figura clave en la recolocación de Cristina de Borbón en Ginebra, ahora como compañera de su hija, Zahra Aga Khan.

Una vez que el Rey disponía de los planos de un yate a su altura, necesitaba que alguien se lo regalase, porque la presencia del hostil Aznar en la Moncloa descartaba la encomienda de la embarcación al erario público. El Jefe de Estado trenzó una delicada operación de imagen y financiera. En el aspecto promocional contó con la colaboración inestimable de Felipe González -"me preocupa que tengamos el yate del Rey otra vez estropeado, tiene 18 años y la mayoría de la gente a esa edad está en plena juventud, pero los barcos no"- y de Adolfo Suárez -"el Rey necesita un yate nuevo"-. Los eslóganes delatores fueron pronunciados a la salida de sendas audiencias en Marivent.

Una vez creada la necesidad, el regalo de Juan Carlos de Borbón a sí mismo se articuló por medio de los gigantes turísticos, obligados por eficaces intermediarios a apearse de su convicción ahorrativa bajo el señuelo de la promoción que la Familia Real y la nueva embarcación supondrían para Balears. Alguno se sumó a la colecta a regañadientes, casi ninguno se abstuvo de participar en una operación censurada por el destituido Sabino Fernández Campo.

El acta de entrega del Fortuna, una ceremonia a la que no asistió representante alguno de La Zarzuela, estipula en su apartado tercero que se utilizará "para el uso y disfrute de Su Majestad el Rey y de otros miembros de la Familia Real". Nadie se abrazó a la cláusula familiar con la fiereza de Urdangarin, que a menudo utilizó el yate para circunnavegar Balears. De hecho, supo que había caído en desgracia cuando se le negó el disfrute del juguete náutico.

El reciclaje de yates regios no siempre ha redundado en beneficio privado. Cuando Isabel II se desprendió del yate real Britannia tras medio siglo de servicio, el barco pasó a ser una atracción turística en Edimburgo, donde permanece.