Si cualquier domingo del año Palma es una ciudad prácticamente desierta ¿por qué iba a ser distinto ayer? Pocas cosas desbaratan los planes de un mallorquín, y que el duque que lleva el nombre de la ciudad se pase su segundo día en los juzgados declarando por presunta corrupción no entra en la lista.

Ni siquiera los vecinos de los pisos con vistas al meollo se asomaron al balcón para cotillear un poco sobre lo que acontecía en la calle. Un corrillo de periodistas –ayer eran menos, y estaban más relajados– venidos de Madrid comentaba precisamente los tópicos del carácter isleño –"para hablar utilizan muchos dichos ¿os habéis fijado?", "yo he descubierto las galletas ´quelitas´ ¡qué buenas, tíos!"–.

En el segundo día de declaración del yerno del rey, la Policía nacional dispuso un perímetro de seguridad mucho más racional, impidiendo solo el paso a parte de las calles lateral y trasera de los juzgados. Aun así, hubo molestias para los ciudadanos que querían cruzar estas vías, obligándoles a dar un rodeo.

Los escasos residentes que quisieron acceder a sus domicilios se mostraban en su mayoría enojados porque un agente tenía que acompañarles desde las barreras hasta sus respectivos portales. "¿No ve que llevo las llaves de casa en la mano? No soy una ladrona", se quejó una señora que venía de recoger el almuerzo en un plato a los policías que le preguntaron quién era y adónde iba.

A juzgar por su parsimonia, se diría que Mario Pascual es mallorquín. El abogado del duque tampoco perdió ayer el temple, llegó a los juzgados minutos antes de que lo hiciera su representado y respondió amablemente a los periodistas:

–¿Cómo se encuentran usted y el duque, después del intenso interrogatorio de ayer [por el sábado]?

–Vamos resistiendo.

–¿Está preocupado?

–No, no lo estoy.

–Ayer había mucha gente que insultó al duque, no sé cómo les hizo sentir esto...

–Hay que resistirlo todo.

Llegaron los fiscales, llegó el juez José Castro –al que por cierto varios abogados no perdonan que un madridista como él les hiciera perderse el partido de ayer contra el Rayo–, llegó Urdangarin... y llegaron de nuevo los insultos, de los escasos ciudadanos que les esperaban en un bar vecino. Se escucharon muchísimos menos descalificativos que el sábado, aunque fueron más gruesos –"inútil, sinvergüenza"– y ataques personales por no haber hecho Urdangarin la mili al padecer de sordera.

Esto sucedía en la entrada de la rampa que conduce a la puerta del juzgado, mientras en la principal, que da a las Avenidas, los escasos congregados gritaron "chorizo" al ver entrar el coche del duque. Por cierto, el personal de la Casa Real debería llevarlo a pasar la ITV, porque por lo menos la tarjeta de la inspección que exhibe en el cristal está caducada.

Ni rastro tampoco de los independentistas y demás antimonárquicos que el sábado se manifestaron a las puertas del edificio judicial; ayer solo unos cuantos curiosos se acercaron a los aledaños, más para chafardear y tomar alguna foto que para protestar. De hecho, hubo alguna que otra señora que se declaró abiertamente monárquica y había acudido a expresar su apoyo a Iñaki Urdangarin.

Un grupo de jubilados de Valencia, de viaje a Mallorca con el Imserso, anuló su excursión a las Cuevas del Drac. "Las cuevas no se van a mover de ahí y podemos ir cualquier día; Urdangarin no va a volver", alegaban jocosos. O sí, que el juez Castro ya ha advertido al duque de Palma que le citará de nuevo para interrogarlo.