Los abuelos de Jorge y Agustín Climent, entrenadores del peleador afincado en Alicante desde los 15 años, se casaron en 1938 después de abandonar la provincia por separado en la década de los 20 para labrarse un futuro esperanzador en Argentina. Sus nietos cerraron el círculo de su historia familiar regresando a la terreta en 2002.

Todos los éxitos tienen una raíz familiar, una que se hunde en el tiempo, que conviene reconocer cuando el oropel de la gloria riega de felicidad el latido de un país. Siempre hay un principio, un rincón de la historia que parte de la necesidad de pelear por una vida digna, plena, por un futuro en paz con sitio para la esperanza. A la hora que Ilia Topuria enviaba a la lona a Alexander Volkanovski, a miles de kilómetros, en Alicante, un matrimonio, Jorge y Mónica, lloraba de alegría rodeado de 2.500 vecinos en la ciudad que le dio una segunda oportunidad, una que se merecían, lejos de los suyos, muy cerca del origen de una parte notable de su linaje.

Jorge y Agustín, los hermanos Climent, han guiado al campeón del mundo de artes marciales mixtas hasta la cima. Pero para que ese hito fuera posible, antes tuvieron que suceder muchas cosas. José Climent Soler y Mercedes Ripoll Giner, sus abuelos, él de Relleu y ella de Aigües, se embarcaron en la segunda década del siglo pasado rumbo a las Américas. Lo hicieron por separado. Él en 1927, solo, sin apenas nada y la mayoría de edad recién cumplida; y ella, un año después, acompañando a su familia siendo todavía una niña de ocho años.

El equipo del Matador fue recibido en la estación de tren por sus familiares, amigos y socios del Climent Club

José se subió al barco para evitar que le enviaran a la muerte. Recibió la llamada del servicio militar para integrarse en el frente africano, de donde lo más probable era no volver. Su anhelo de libertad le arrancó de la terreta y le llevó a Buenos Aires. Ella inició su nueva vida en Bahía Blanca. Un año estuvo allí. Después se trasladó a la capital. Pasó mucho tiempo hasta que los universos de ambos se mezclaron. Fue en las colectividades que se originaron en los barrios bonaerenses, los que crearon los emigrantes españoles para juntarse con más compatriotas y ayudarse los unos a los otros.

En aquellas reuniones de añoranza patria se abrió paso lo único incontenible: el amor. Se casaron en 1938. Siguieron hablando en valenciano mucho tiempo después. Sus hijos, Jorge y Susana, lo aprendieron también. Y Mónica, que contrajo matrimonio con el padre de los entrenadores de Ilia Topuria, también se familiarizó con un idioma que funcionó como esa música que te devuelve al lugar al que perteneces.

Jorge fundó una imprenta y Mónica dio clases. Sus tres hijos estudiaron en La Salle, felices, conscientes de sus orígenes alicantinos, siempre presentes en la rutina de los abuelos. En 2001, cuando estalló la crisis financiera que ocasionó el corralito, los ahorros de la familia Climent se evaporaron. Meses después, antes de acabar 2002, el padre de los dos técnicos que han moldeado a Topuria decidió regresar a la raíz para reconectar con su familia alicantina, la repartida entre Relleu y Aigües, que le arropó a él, y después a su mujer y a dos de sus hijos.

Jorge trabajó en Canal 9 y Mónica Tomassi empezó a dar clases. Para ello debió aprender con extrema soltura aquel idioma de sus suegros que a ella le sonaba tan extraño la primera vez que lo escuchó. Su titulación de valenciano le sirvió para ser maestra. Los niños, adictos al deporte de contacto, al rugby, a la lucha, siempre fuertes, activos, ágiles, probaron muchos trabajos, algunos de ellos de noche en puertas de locales de moda hasta que reunieron el capital necesario para crear lo que de verdad sentían: un gimnasio.

Mercedes Ripoll Giner y José Climent Soler, el matrimonio alicantino del que nace el éxito. Información

El Climent-Club nació en 2008 en un local destartalado de la calle Burgos, en el Garvinet. Ahí pusieron todo su conocimiento al servicio de las artes marciales formando talentos, creando escuela hasta que, una tarde luminosa, Inga Bedeliano se topó con Hamlet, un cubano alumno de los Climent. El chico llevaba las orejas castigadas por el boxeo. Ella, que sabía reconocer ese signo porque sus hijos disfrutaban de la lucha en Georgia, le preguntó que dónde entrenaba. Hamlet le dio la dirección y la mujer se plantó en el gimnasio de Jorge y Agustín con dos adolescentes ávidos de desarrollarse en un arte que adoraban. El mayor se llamaba Aleksandre, el pequeño, Ilia, y los dos se apellidaban Topuria.

Solo tenían 16 y 15 años. Más de una década después, aquel milagro físico, aquel caudal de energía inagotable ha viajado a lomos de los hermanos Climent desde Alicante al Olimpo reservado a los dioses del deporte. Ahora son indisolubles, un trinomio perfecto, una fuente infinita de triunfo que congrega a su alrededor la calidad y la experiencia de un equipo que ayer regresó de Los Ángeles con el cinturón de campeón de la UFC, soñando con un combate en el Santiago Bernabéu y con un reto mayúsculo: lograr el mismo hito en una categoría superior.

El equipo de Ilia Topuria se bajó del tren en Alicante pasadas las siete y media de la tarde. Allí le esperaban familiares y amigos, entre ellos el matrimonio Climent-Tommasi, felices, llorosos de júbilo, recordando entre el tumulto festivo dónde empezó todo, las vicisitudes que se han visto obligados a superar hasta saborear un éxito rotundo, familiar, el de un linaje forjado entre Aigües y Relleu que casi un siglo después cierra el círculo de una saga que no para, que continúan ahora los nietos de Jorge y Mónica. El alicantino y la argentina valenciano parlante son incapaces de descoserse la sonrisa al abrazarse con su nuera, Verónica, que espera a su marido Jorge con sus dos hijos, portando confeti y una pancarta de bienvenida gigante detrás de la que se ponen todos los que gritan «campeones, campeones» a los recién llegados de América como parte esencial del equipo campeón del mundo de una modalidad de lucha que no deja de concitar adeptos en todo el planeta: las artes marciales mixtas.

El trasiego en el Climent Club no cesa y sus dueños tampoco. Hoy volverán a entrenar, a dar clase, a tratar de enseñar a otros deportistas los secretos de una disciplina llena de nobleza. El sábado, Jorge, el mayor de los Climent, cumplirá 48 años. Lo celebrarán con un asado en la montaña alicantina. Estarán todos menos Santiago, el mediano, el único que se quedó en Argentina cuando la familia regresó a Alicante. «El día que pueda juntar a mis nietos de aquí con los de allá será el más feliz de mi vida», dice Mónica, orgullosa madre de los artífices del genio Topuria.