Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Izan junto a su madre, hace unos años.DM

Motociclismo

La madre de Izan Guevara: "Cada vez que me despido de mi hijo pienso que no lo voy a volver a ver"

Marga Bonnín rememora los inicios de su hijo sobre la moto y destaca su "cabezonería y sencillez" como armas que le han llevado a poder proclamarse, en la madrugada del sábado al domingo, campeón del mundo de Moto3

«Era muy pequeño todavía, pero recuerdo que un día nos sentamos a ver las motos por la televisión y de repente se giró hacia mí y me dijo: ‘Mamá, un día estarás aquí sentada en este sofá viéndome a mí correr’. Hoy no hay una carrera que no recuerde esa frase». Marga Bonnín (Palma, 1973) es la madre de un campeón.De un futuro campeón, para ser más exactos. Sentada en un concurrido bar de Sa Indioteria, donde atiende esta entrevista, no hay vecino que no se pare a saludarle y darle la enhorabuena. «Tanto Toni -padre de Izan- como yo hemos nacido y crecido en este barrio y aquí hemos criado a nuestros hijos. Hemos sido muy felices y, por supuesto, lo seguiremos siendo», reconoce risueña intentando contextualizar el cariño que le profesan.

La familia Guevara Bonnín, seguramente, se sale de los estándares que marca el deporte del motor. Familias con un poder adquisitivo medio-alto, enroladas ya en este mundo y que, a través de sus hijos, muchas veces intentan suplir aquellos sueños frustrados que ellos nunca cumplieron. «Nosotros lo intentamos con el fútbol. Aitor -hermano mayor de Izan- empezó a jugar desde muy pequeñito, le encantaba y lo sigue haciendo -ahora en la Unión-, e Izan comenzó a mamar de ese mundo. Nosotros queríamos que hiciera algún deporte, así que con tres añitos le apuntamos a un equipo, pero no hubo manera. Todo el rato llorando. Nos decía que eso no le gustaba, que lo que él quería era una moto».

Izan, junto a sus padres y su hermano Aitor, en la European Talent Cup.

Así fue cómo, sin encontrar una explicación lógica a esa devoción que acababa de nacer en un niño de tan solo tres años, los padres de Izan le compraron una moto de juguete eléctrica y lo alistaron en la Escuela de Lorenzo: «A los 15 días recuerdo que Chicho se nos acercó y nos dijo: «A este niño le podéis comprar ya una de gasolina porque esta es su vida». Y haciendo un gran esfuerzo económico, al mes Izan rodaba sobre su primera minimoto, una Polini.

A partir de ahí los pasos se aceleraron. A los seis años entraba en la Escuela de la Federación Balear de Motociclismo y pocos días después se sacaba la licencia para comenzar a competir. El carácter retraído y tímido de Izan contrastaban con su arrojo y descaro sobre el asfalto y los resultados, pronto, comenzaron a llegar. Eso permitió que las becas suplieran los altos costes de un deporte vedado para la clase modesta y que, con la ayuda de algunas empresas de fuera de la isla, pudiera seguir compitiendo a nivel nacional.

"Hacíamos virguerías muchas veces para llegar a final de mes, pero valía la pena. Ahí su hermano Aitor siempre mostró una generosidad tremenda"

«Nosotros hacíamos virguerías muchas veces para llegar a fin de mes, pero luchábamos porque veíamos todo lo que esto significaba para él. Ahí Aitor siempre mostró una generosidad tremenda. Se podía haber enfadado porque gastáramos en su hermano los ahorros de un viaje familiar o porque las botas de Izan costaran cuatro veces más que las suyas. Pero nunca nos pidió nada y siempre demostró una admiración tremenda hacia su hermano», recuerda Marga.

En esta vorágine de aprendizaje y lucha surgió una de las figuras más importantes en la carrera deportiva del piloto de Aspar. «Nosotros conocimos a Pedro Ribas porque iba al Circuito de Llucmajor con su hija Aina, quien también competía. Pronto entablamos amistad y nos dimos cuenta de todo lo que controlaba sobre mecánica», rememora. «El problema es que cada vez que ganábamos algo en la península nos desmontaban la moto entera y mi marido no tenía ni idea de cómo ensamblar las piezas. Se compró una bandeja de acero inoxidable donde las guardaba todas y, cuando llegaba a Palma, se las llevaba a Pedro y le decía: «No sé por dónde empezar». Ahí comenzó una amistad muy estrecha. Cuando Izan ya cambió de categoría, necesitaba que alguien viajara con él porque en esas carreras nadie te pone la moto a punto. Se lo propusimos a Pedro y no lo dudó. A partir de ahí, nunca se han despegado. Es parte de nuestra familia, uno más. Hemos compartido caravanas, hoteles y camarotes con él. Noche y día, todo el rato juntos. Nos hemos enfadado, hemos reído y hemos llorado y, aunque ahora ya no puede estar en los Grandes Premios, sigue siendo una parte fundamental en su vida», resalta Marga.

Izan Guevara, con poco más de tres años.

La evolución de Izan sobre la moto empezó a dar sus frutos más allá de la frontera nacional. En el 2019 llegó su debut internacional en la European Talent Cup con el equipo Cuna de Campeones. No falló y, tres carreras antes de finalizar el campeonato, se alzó con el título de campeón. En 2020 dio el salto al FIM CEV Moto3 Junior World Championship con el Aspar Team y, nuevamente, dejó a todo el mundo atónito con sus resultados. Es en aquella época donde su madre advierte un cambio en el carácter de su hijo: «Él, que siempre había sido una persona muy tímida y retraída empezó a soltarse. Antes, por ejemplo, nunca habría concedido una entrevista y ahora me da la sensación de que habla hasta demasiado rápido. Es una persona muy transparente y que va con la verdad por delante. No es de esconder la mano. Y lo que sí que es también es cabezón. Siempre ha tenido muy claro de dónde venía y lo que necesitaba para poder seguir luchando».

Precisamente, gracias a esos orígenes humildes, Izan se ha forjado como un piloto diferente dentro de la parrilla del Mundial, un piloto que ha sabido convertir sus debilidades en fortalezas. «Recuerdo, por ejemplo, que siempre ha tenido una cabeza muy buena para adaptarse a los nuevos circuitos. Muchísimos pilotos, antes de competir, se iban dos o tres semanas antes para reconocer el terreno, pero él llegaba allí y con muy poco rodaje parecía que hubiera estado toda la vida entrenando en ese circuito». No es casualidad los resultados que está consiguiendo a día de hoy en Grandes Premios en los que nunca antes ha competido.

«Es más, los mecánicos de mi hijo siempre me dicen: ‘Es alucinante porque funciona mejor con las ruedas gastadas que con los neumáticos nuevos». Nosotros no teníamos dinero para poder cambiarle las ruedas cada carrera y, hasta que no se le salían los hilos, sabía que no iba a tener unas nuevas. Hoy por hoy, ese tacto que consiguió en su día, creo que lo aprovecha en los finales de carrera. Aunque la rueda se desgaste, él sigue teniendo buenas sensaciones porque está acostumbrado a que la moto derrape», destaca su madre.

Con 18 años recién cumplidos, Guevara dará el año que viene el salto a la categoría intermedia. Hasta que eso suceda, aprovechará el parón del final de temporada para adaptarse a la nueva cilindrada y, «ya que está, sacarse el carnet de conducir»: «Ya tiene el teórico y solo le quedan las prácticas. Es curioso, pero casi todo el mundo que se pone a estas velocidades en un circuito, luego no quiere una moto para la carretera. Creo que es consciente de cuál es el riesgo». Un riesgo y un sufrimiento que Marga es incapaz de controlar cada vez que el semáforo en un Gran Premio cambia de color.

"A mí me dan terror las motos, pavor diría, lo llevo muy mal, pero soy consciente de que son mis miedos, no los suyos"

«A mí me dan terror las motos, pavor diría. Lo llevo muy mal, pero soy consciente de que son mis miedos y no los suyos. Cuando mi hijo compite no puedo ni respirar. Ha habido épocas que me salían incluso ronchas de lo mal que lo llevaba. Evidentemente, cuando ocurre una desgracia en este mundo se me rasga el alma y lo primero que pienso es que mañana puede tocarle a él. Cada vez que se va a correr una carrera me despido como si nunca más lo fuera a volver a ver. Él, sin embargo, lo vive todo con una calma brutal. Alguna vez le he preguntado qué siente y me dice que solo hay un momento en el que se pone un poco nervioso, antes de que el semáforo se ponga en verde. Siempre me dice que se le quedan muy cortas las carreras. ¿Te lo puedes creer? Para mí son eternas», señala.

Marga vivirá desde casa, junto a su hijo Aitor y «quizás algunos amigos», el Gran Premio de Australia, carrera en la que el mallorquín dispone de su primera bola de partido para proclamarse campeón del mundo. Toni, el padre, sí acompañará al piloto desde los boxes del equipo. No piensan en qué pasará, porque Izan les ha enseñado que en esto del mundo del motor pocas cosas se pueden controlar y que toca vivir el momento. Ya es la madre de un campeón. Pase lo que pase en Phillip Island. 

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.