Digo yo que, puestos a perder, el Athletic puso precio a su propia cabeza. Si el Barça es superior y además hay que jugar en algún lado, la capacidad del Camp Nou garantiza unos ingresos mucho más jugosos. Frío y calculador, pero bien pensado.
Lo siento por los cincuenta mil seguidores que se desplazan desde Bilbao alimentando más un milagro que una ilusión. No es desprecio, sino la cruda diferencia que marcan las reglas imperantes en el fútbol español, himno aparte, a partir de una desigualdad cada día mayor. Eso sí, se enfrentan dos de los cuatro clubs no reconvertidos en sociedades anónimas deportivas. De eso callan tanto Villar como Tebas.
Tendrían que darse circunstancias muy graves e inesperadas para que se torciera el pronóstico. Aunque la competición tenga poco o nada que ver, el campeón de Liga ha sacado casi cuarenta puntos de ventaja a su contrincante en el campeonato regular. Y David ganó a Goliath, sí, pero una sola vez. No sabemos qué hubiera pasado de haber ido a la prórroga.
No hay que restar ningún mérito al equipo de Ernesto Valverde. Ha ido de menos más a lo largo de toda la temporada y ha llegado justito para estar en Europa la próxima campaña, gracias al éxito del Sevilla. En otros momentos de la historia estaríamos hablando de un clásico en toda regla, pero ya no.
Aunque dentro y fuera del campo mande Messi, lo mismo con Luis Enrique que con Guardiola, ni el asturiano, ni sus pupilos dejarán pasar la oportunidad que se les brinda para completar el ansiado triplete en el año en que su eterno rival, el Real Madrid, no ha sacado ni la pedrea. Como si un deportista cualquiera fuera capaz físicamente de ocupar los tres peldaños de un podio y ser primero, segundo y tercero ex aequo.
De los tres títulos el que se disputa esta noche es el menos importante. Hace tiempo que la Copa del Rey no es lo que era. Incluso la Uefa la devaluó. Pero ahí aguarda su corona de laurel.
