Es imposible que Emilio Nsue (Palma, 1989) olvide el domingo 3 de octubre de 2010. El centrocampista vivió ayer uno de esos partidos para los que ha trabajado toda su vida. Y lo mejor es que esto no es el final de su carrera, sino sólo sus primeros pasos en la elite. El canterano cuajó un auténtico partidazo y tuvo una actuación decisiva en la gesta del Mallorca en el Camp Nou (1-1). Siempre ha destacado por su potencia, por su velocidad, pero no es un especialista en los remates de cabeza. Y precisamente uno de ellos fue el encargado de sorprender al fútbol español y dar el heroico punto a los suyos.

Era el minuto 42. Los bermellones apenas habían pasado el centro del campo hasta ese momento. Estaban nerviosos, acomplejados o asustados. Pero merced a un córner lanzado sensacionalmente por De Guzmán, el partido cambió de rumbo de forma radical. Nsue se coló entre Piqué y Milito, los dos centrales de los azulgranas, y cabeceó con toda la intención del mundo para batir a Víctor Valdés. No sólo fue el tanto que supuso el empate, de una extraordinaria belleza, sino que fue el primero que anota en la máxima categoría.

Hacía tiempo que Nsue reclamaba un hueco entre los mayores. Debutó el 3 de febrero de 2008 en El Madrigal de Villarreal, pero Gregorio Manzano decidió que aquel estreno fuera testimonial. El entonces entrenador prefirió que se marchara cedido al Castellón y a la Real Sociedad, en las dos temporadas siguientes, ya que consideraba que necesitaba mejorar fuera de casa. El futbolista lo aceptó sin rechistar, por mucho que le fastidiara salir de casa. Lejos de su querida isla maduró en todos los aspectos. Se fue un delantero y ha regresado un centrocampista, pero viéndole jugar en estas seis jornadas de Liga iniciales, sus condiciones le ponen al mundo en sus botas. O al menos eso parece.

Si contra el Real Madrid ya exhibió descaro, ayer frente al Barcelona añadió acierto. Nsue hizo de todo y lo hizo bien, que es más importante. A buen seguro que anoche durmió a pierna suelta porque acabó agotado, aunque con la satisfacción del trabajo bien hecho. Atacó, cuando pudo, con fuerza, talento y decisión. Incluso estuvo cerca de marcar otro tanto con una volea que se fue alta. Y defendió, con mucho orden y disciplina, como si fuera un zaguero más. A Emilio no le cuesta sacrificarse. Ya lo ha demostrado. Y esa es una virtud muy apreciable en cualquier futbolista. El ego queda para mejor ocasión.

Es consciente de que esta temporada es la que ha esperado desde que se dio cuenta de que esto del fútbol era lo suyo, es decir, desde muy pequeño. En las categorías inferiores siempre llamó la atención por sus condiciones, incluso se proclamó campeón de Europa en Austria con la selección española sub´19. Ahora también ha acudido a la sub´21 que dirige Luis Milla, junto a jugadores de la talla de Canales, Mata o Javi Martínez. Es por algo.

"Soy mallorquín y mi sueño es triunfar aquí", dijo en reiteradas ocasiones cuando se le preguntó este verano tras ascender a Primera División con la Real Sociedad. Siempre lo ha tenido claro. El Mallorca era su meta, no una estación de paso. Lo cierto es que desde el primer minuto los nuevos rectores del club han evidenciado una confianza ciega en sus posibilidades. Serra Ferrer pensaba en él cuando decidió no renovar a Julio Álvarez y desprenderse de Varela. Estos dos futbolistas eran los inquilinos de la banda derecha en el pasado curso. El pobler apostó por él a pesar de su inexperiencia. Es un fijo en las alineaciones de Laudrup y en apenas unos meses ya es una referencia entre los aficionados. El mallorquinismo le quiere. Y con actuaciones como la del Camp Nou da la impresión de que esto sólo es el principio.