El Barça demostró que su juego colectivo está por encima de sus individualidades e incluso de sus estrellas. Mourinho dejó a las suyas inéditas, empeñado en mantener a sus puntas a kilómetros de su segunda línea de ataque, por calificarla de alguna manera, para desesperación de un Etoo frío que dejó al Nou Camp helado y consciente de su veredicto poco favorable para el camerunés: Guardiola tenía razón. El técnico portugués no solamente perdió un partido que probablemente no influirá en la clasificación final del grupo, sino que mató a un ídolo y el público se lo recriminó, por cierto, en perfecto castellano.

El tricampeón español no hace lo obvio, sino lo fácil. En cambio el Inter, lejos de optar por lo más sencillo, optó por la obviedad. Un error que en fútbol se paga caro, aunque no es menos cierto que no todos los equipos reúnen las condiciones para poner en práctica lo que los jugadores blaugrana saben de memoria con o sin Messi, con o sin Ibrahimovic aunque, tal vez, no sin Iniesta o Xavi.

Inquieta poco este líder del Calcio, refugio de futbolistas fracasados en España como Cambiasso o Thiago Motta, reforzados por dos artilleros en declive uno de los cuales, Milito, desaparece en cuanto se aleja del área. Con una defensa dura pero vulnerable, al término del encuentro uno se pregunta de qué manera esperaba Mourinho disponer de alguna simple posibilidad de ganar si hasta el Almería de Hugo Sánchez se presentó en la Ciudad Condal con más alma y mejor cuerpo.

La fase previa de la Liga de Campeones sirve para cribar a las comparsas de cara a la verdadera competición que no empieza hasta los cuartos de final. El Barça, irregular hasta anoche, ya sabe a quien, en condiciones normales, no tiene que temer.

Pensar que los dos equipos milaneses, compendio de geriatría uno y de estulticia el otro, lideran la liga de su país, da una idea aproximada del por qué el fútbol transalpino ha cedido la corona continental a la rubia Albion. Con permiso del Barça, por supuesto. ¿Y del Madrid? Esta otra historia está por ver.