Regreso de mi viaje virtual por la Eurocopa y no es que haya encontrado el gallinero revuelto, que sería lógico y comprensible, sino abatido, que es mucho más grave.

La situación del Mallorca, en el mejor de los supuestos, genera preocupación. A seis días de comenzar la pretemporada las bajas no solamente superan a las altas en cantidad y calidad, sino que amenazan convertirse en un verdadero éxodo de futbolistas. Manzano no oculta su inquietud y hasta hay quien afirma que él mismo baraja la opción de levar anclas al asistir con gesto adusto a la muestra de impotencia del club para retener a sus jugadores más importantes -Navarro, Güiza, Ibagaza, Jonás, Basinas,...-, no inferior a las dificultades que se acumulan sobre la mesa de Nando Pons a la hora de cerrar acuerdos.

Los representantes de los jugadores, ya escarmentados con lo que se ha vivido esta temporada en el Levante, intercambian información sobre la crisis, inevitable pese al intento de exclusión del Mallorca del concurso de acreedores solicitado por Drac. La realidad es que, permanezca o no al margen, los bancos han dejado de negociar los efectos bancarios librados por el club y sus proveedores únicamente admiten pagos al contado. Ni siquiera cabe descartar que algún miembro de la plantilla decida denunciar algún impagado al treinta de junio. No por reconocible, el escenario deja de ser menos angustioso.

Se nos puede pedir que no infundamos más alarma que la que hay, pero ante los acontecimientos que se están sucediendo tampoco se puede esconder la cabeza bajo el ala como los avestruces. Porque no estamos hablando de negros augures o meras hipótesis, sino de lo que ocurre cada día sin contrapeso alguno que permitiera aligerar el tono de nuestra intranquilidad. Y, de verdad, ardemos en deseos de ver la luz al final de un túnel que se oscurece por momentos.