De no ser por el orgullo que mostraron los jugadores del Mallorca durante todo el encuentro, algún mal pensado podría colegir que no tenían el menor interés en ganar. Victor, en su dubitativa línea de toda la temporada, como Arango, Jonás, Ibagaza, Maxi y Trejo malograron oportunidades para despdirse del público con una victoria tan merecida como desperdiciada.

Los de Manzano ofrecieron toda una exhibición defensiva a cuyas espaldas estuvo siempre segurísimo Miquel Àngel Moyà, en claro camino de convertirse, como se vaticinaba, en un gran portero. Todo lo contrario en ataque, donde no se finalizó ni una sola acción de contraataque pese a las claras opciones dispuestas, especialmente cuando, contra el cronómetro, el Sevilla se iba dejando en Palma sus opciones de alzarse con el título aprovechando los pinchazos del Barça y el Real Madrid. Su asedio desesperado siempre fue controlado por la zaga local, siempre superior a los delanteros andaluces que no pudieron aprovechar su superioridad numérica desde el centro del campo hacia arriba, pese a terminar con diez jugadores.

El Mallorca ha terminado la liga como la inició: sin gol. Cierto que hubo muchas jornadas en las que, además, tampoco ofreció ninguna seguridad, pero es evidente que la portería contraria es la única asignatura que queda sin aprobar. Pero el objetivo se ha cumplido y además con creces. Será la undécima temporada consecutiva en primera división y sin agobios. Quizás se hubiera podido aspirar a algo más, pero tampoco tiene mucho valor hacer una lectura cuando las cartas ya están sobre la mesa. Bien está lo que bien acaba, eso si, con el compromiso de subir el listón a partir de septiembre.