Dicen que nadie se acuerda de los segundos y mucho menos de los octavos, pero la carrera que ofreció ayer Jorge Lorenzo en Mugello merece, al menos hasta el momento de su caída, ¿o derribo?, pasar a la historia del motociclismo de competición. Por de pronto dejó en buen lugar a los jueces que le indultaron por su pésimo tiempo de la víspera, pero después se hizo acreedor a un peldaño del podio superando las veinte posiciones que precedieron su salida. Alvaro Bautista ganó la prueba, pero el campeón del mundo fue el vencedor virtual y exhibió su condición.

Mala suerte. Por mucho que sea su morbo, ya es poca fortuna que Rafel Nadal y Carlos Moyá tengan que cruzarse en cuartos de final de Roland Garros. También en este caso la trayectoria de ambos merecía un cuadro más favorable. El de Manacor se las verá hoy con un Hewitt resucitado que, como mínimo, aplacará su fuerza. El palmesano se enfrentará al más veterano del circuito para cerrar la boca de quienes le consideraban acabado. Pero les hubiéramos querido en la final o, en el peor de los casos, en una semifinal. Nos consolaremos, eso sí, celebrando sus victorias de hoy y, después, que pase el mejor.

Buena suerte. No todos pueden vivir de espaldas al azar. Luis sacó su flor el sábado en Riga y para Liechtenstein no parece que la vaya a necesitar. España ganó a Letonia de rebote, con dos de ellos por si uno no fuera suficiente, mientras el presidente del Villarreal clamaba, con toda razón, contra este calendario insensato. Me pregunto, sin embargo, por qué no bramó en la Asamblea de la Federación Española en la que fue aprobado o en el seno de la Liga de Fútbol Profesional, tan devota de conflictos inocuos como el perpetrado con los árbitros, y tan alejada de todos aquellos en los que debería intervenir seriamente, incluido el esperpéntico final de liga al que estamos asistiendo.

Sin suerte. Siempre esquiva al aficionado. La competición nace manipulada y, si no basta, acaba retorcida. La anulación de las tarjetas amarillas, por parte del Comité de Competición, en las dos últimas jornadas, debería haber acarreado la inmediata suspensión del campeonato, puesto que ha baneficiado desigualmente a los equipos y servido de salvoconducto a los infractores. La amonestación a Beckham en Bilbao, después recurrida y levantada, abrió una espita que el Barcelona espera reabrir buscando los trucos legales a su alcance para impedir la ausencia de Ronaldinho en la próxima jornada. Esta guerra eterna y extrapolada a los medios de comunicación es el verdadero cáncer del fútbol español y al constante padecer de los modestos que, en trance de descenso, ni siquiera son ya no escuchados, sino apenas oidos.

No es cuestión de suerte. Así que, esta semana, vuelve la Liga de las Estrellas o, mejor dicho, de los contubernios. Ya nos gustaría disponer de alguna excusa a mano con la que justificar el sempiterno fracaso del fútbol balear en cuanto roza la península. Sólo el Mallorca B sobrevive a la tradicional matanza de falsas ilusiones con la que se pone fin a la temporada local. El Eivissa, líder incontestable del grupo undécimo de Tercera división, fue vapuleado en Gijón, aunque para paliza la del Villarreal B al Poblense. Los filiales merendaron ayer flaó y espinagada. El Margaritense se despidió, modestamente, un día antes. Sólo quedan los de Jaume Bauçá, por ahora. Tanto fracaso escama.