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Sa Bassa Blanca: Un museo de arte que busca emociones

Fundado por Ben y Yannick Jakober en Alcúdia hace casi 30 años, este espacio continúa incorporando piezas, principalmente tribales

El cohete futurista de Shi Yong está a escasos metros de un esqueleto de rinoceronte lanudo del Pleistoceno, en el espacio Sokrates. Guillem Bosch

Entrar en el Museu Sa Bassa Blanca es dejarse sorprender por la originalidad de lo que está al alcance de la vista. Todo este lugar es «una obra viva que sigue mejorándose». Así lo cree el escultor Ben Jakober, quien junto a su mujer, la también artista Yannick Vu, fundó este espacio hace ya casi 30 años. Lejos de darlo por culminado, sus propietarios van incorporando piezas artísticas que eligen personalmente y que después se emplazan para crear un diálogo con el resto de cosas expuestas. Su intención es que haya «gran variedad de obras y emociones», explica Jakober desde Marrakesch, donde reside parte del año.

La historiadora Mar Carmona muestra un espacio de serpientes. Guillem Bosch

Entre las adquisiciones más recientes para Sa Bassa Blanca, a Ben Jakober le resulta difícil elegir una. El arte tribal sigue nutriendo salas y espacios y muchas de las obras proceden de África. Pero después de reflexionarlo un instante, el cocreador de esta fundación y museo menciona una de las piezas expuestas en la sala Sokrates, llamada también «de las maravillas». Lo considera su «último bebé», al que tiene «un cariño especial» y es un clase de bólido enfundado y con ruedas. El «coche de siete metros» al que se refiere Jakober es una escultura realizada por Shi Yong que se asemeja a un cohete y que lleva por título We Don’t want to stop. Está situado estratégicamente ante un esqueleto de rinoceronte lanudo procedente de Siberia del periodo del Pleistoceno y muy cerca de un pequeño Citroën Ami eléctrico.

Edificio principal de Sa Bassa Blanca. Yannick Vu

Diálogo entre obras

Al elegir nuevas piezas para sa Bassa Blanca, explica Jakober, buscan que encaje con algo que ya esté en el museo. Es el caso de un Cristo del siglo XVI, originario de Cataluña, que entabla diálogo con otros dos de madera africana, o de piezas de arte australiano con otras tribales de Marruecos o de Papúa Nueva Guinea. En algunos casos tienen en común la utilización de formas geométricas similares, en otros, los pigmentos naturales que se han empleado hacen muy similares sus gamas de colores.

Parte de la colección 'Nins', instalada en un antiguo aljibe restaurado y acondicionado. Guillem Bosch

Unas máscaras y una escultura ekoï de Nigeria, esta última de madera recubierta de piel de antílope, el Retrato de niño de la realeza envuelto en tela bordada, para la colección Nins, una escultura senegalesa en arcilla, un palo funerario de Tanzania y una máscara de los Baga con forma de serpiente, de Guinea Konakry, son algunas de las últimas adquisiciones del museo.

Urnas funerarias originarias de Australia. Guillem Bosch

«Paso mucho tiempo mirando, hay gente que nos envía propuestas, y descartando cosas que no nos interesan y analizando otras que sí pueden encajar», cuenta Ben Jakober sobre cómo él y Yannick Vu eligen las nuevas piezas para el museo de Alcúdia.

Artesonado mudéjar en el techo de una de las habitaciones. Guillem Bosch

En sa Bassa Blanca no se distingue entre épocas, las antigüedades se exponen junto a otras obras muy modernas. Todo es relativo, como demuestra la sala Sokrates, presidida, para dejar bien clara su intención, por un neón con la ecuación espacio-tiempo de Einstein. «En la sala de las maravillas hay gran variedad de obras y de emociones que permiten que la gente no se aburra y que venga varias veces y descubra algo que no había visto anteriormente», razona Ben Jakober.

Otra de las salas expositivas de la casa principal.

En unas vitrinas de ese espacio Sokrates se muestra arte tribal, máscaras empleadas en rituales y ceremonias, del siglo XIX, del Nepal, también otras del Tíbet, otras africanas, unas máscaras deformes llamadas enfermas, porque se utilizaban cuando alguien sufría alguna parálisis o enfermedad en la cara, va detallando la historiadora María del Mar Carmona, de Sa Bassa Blanca. Aquí sorprende ver un cuadro de Francis Bacon, muy cerca de un colmillo de un narval, como alegoría de un unicornio, que a su vez está yuxtapuesto a un cuadro de Miquel Barceló, igualmente a poca distancia de un gran chupete realizado por los Jakober. También hay obra de Gerhard Merz y una gran cortina de 10.000 cristales Swarovski. «El arte puede ir perfectamente junto, no es necesario dividir», incide Carmona.

Estatuas de Bamileke Bangwa realizadas con conchas. Guillem Bosch

El museo se ha ido desarrollando poco a poco a través de los años. Primero fue la casa. Ya en sí es una obra de arte. El edificio catalogado es diseño del arquitecto egipcio Hassan Fathy, quien se basó en un modelo en arcilla que hizo el matrimonio Jakober, inspirado en s’Estaca, donde Yannick había residido con su primer marido, el también artista Domenico Gnoli. Después se acondicionó l’Aljub para la colección Nins, de la que se exhiben 64 cuadros (una tercera parte del fondo) y el espacio subterráneo Sokrates. «Es una evolución constante, en función de lo que había antes y de la disponibilidad. La intención de sorprender, no es una cosa didáctica, educacional, yo creo que es más que esto. Es una cosa extraordinaria en el sentido que sale de los caminos comunes y de lo ordinario. Siempre hay cosas que no existen en otros lugares. Este es el reto», define Ben Jakober.

Gran máscara ceremonial de Papúa Nueva Guinea. Guillem Bosch

Empezaron con el arte de la región de Essaouira, en Marrakesch, luego con el aborigen australiano y después llegó el de Papúa Nueva Guinea. Y paralelamente, el matrimonio de artistas fue aportando piezas propias y de otros.

Un gran cuadro de Marcel·la Barceló en otra sala.

«Sa Bassa Blanca persigue abrir la vista del visitante al mundo. No existe ningún otro lugar en Mallorca ni en España donde haya esta variedad tan grande de propuestas sobre cosas del mundo entero», comenta el escultor.

Ben Jakober, con casi 92 años, y Yannick, con 80, quieren seguir desarrollando sus proyectos artísticos. «Tenemos suerte de tener un muy buen vicepresidente, muy buenos patronos, mucho de ellos mallorquines, que han prometido que van a seguir cuidando de este conjunto cuando nosotros ya nos vayamos al otro mundo. Y para nosotros es muy importante que siga adelante, que no se pare con nosotros y hemos hecho lo posible para prepararlo para el futuro», sostiene Jakober.

Tras tener que cerrar durante la pandemia, Sa Bassa Blanca se ha recuperado y tras un 2021 «muy bueno», este año ha comenzado «con enorme empujón», asegura su cofundador. El Museo se sostiene por iniciativa privada, sin ayuda pública. «Es una obra viva que sigue mejorándose y lo importante es que entre los visitantes, que en su mayoría son extranjeros, en los últimos seis meses tenemos la suerte de tener muchos mallorquines, sobre todo en fin de semana», remarca Ben Jakober.

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