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Con ciencia

Murciélagos

El profesor de filosofía de la universidad de Nueva York, hoy emérito, Thomas Nagel publicó en el año 1974, en la revista Philosophical Review, un artículo de enorme influencia recogido después en numerosas recopilaciones.

Su título era What's like to be a bat (¿Qué es ser un murciélago?) y el propósito de Nagel era el de combatir las interpretaciones cientifistas que pretenden resolver el problema cartesiano mente-cuerpo, tachándolas de idealistas. Para Nagel, por resumir su argumento, si hacemos un gran esfuerzo podríamos ser capaces de meternos en la mente de un murciélago, sentir sus sensaciones mientras vuela de noche en busca de alimento y guiado sobre todo por los ecos de los chirridos que emite. Supongamos que somos unos actores tan excelentes como para lograrlo, ¿significaría eso que sabemos lo que es ser un murciélago? No, todo lo más habríamos averiguado lo que supone ser un murciélago para un humano.

El artículo de Nagel me ha venido de inmediato a la cabeza al leer el trabajo publicado en la revista Science por Sivan Toledo, investigador de la Blavatnik School of Computer Science de la universidad de Tel-Aviv (Israel), y colaboradores en el que el equipo da cuenta de un estudio realizado a lo largo de cuatro años. Se trataba de recabar datos acerca del comportamiento durante 3449 noches de 172 murciélagos fruteros egipcios (Rousettus aegyptiacus), rastreando sus movimientos y localizaciones hasta reunir una cantidad ingente de datos sobre su forma de comportarse.

El análisis de los movimientos de los murciélagos pone de manifiesto que, pese a que estemos acostumbrados a ver en su vuelo una especie de conducta anárquica —en particular en los insectívoros—, es muy raro que los Rousettus egipcios vuelen al azar. Lo que hacen es llevar a cabo pautas muy regulares en las que los animales se dirigen de forma directa a aquellos lugares en los que saben que encontrarán alimento, y de manera frecuente toman atajos para llegar a su destino.

Esa conducta de búsqueda tan eficaz y a la vez tan compleja implica, según los autores, la presencia de mapas espaciales en el cerebro de dichos murciélagos que reflejan un nivel cognitivo muy alto asociado, por añadidura con pautas de comportamiento social. En vez de quedarse a dormir en los árboles donde obtienen la fruta, regresan a la cueva en la que viven en grupo. Toledo y colaboradores relacionan esas capacidades con el alto tamaño cerebral de los murciélagos frugívoros egipcios y su larga esperanza de vida, con parámetros comparables a los de los primates. Desde luego que ninguno de esos hallazgos nos dice nada acerca de lo que significa ser un murciélago para un humano pero sí que estamos más cerca de averiguar de que manera los murciélagos son y se comportan tal y como lo hacen.

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