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Viejo loco

'Mulas' en la jerga narcotraficante, son el escalón más bajo de la jerarquía, las personas que se limitan a transportar drogas en su cuerpo o en vehículos. A principios de este siglo Leo Sharp alcanzó el estatus de cuasi mito en el ilegal gremio por transportar grandes cargamentos dentro del país y no ser cazado hasta casi una década después. No brilló por astucia o bravura. Su piel blanca, su aspecto de vejete inofensivo (era casi nonagenario), su aplomo de exsoldado y una buena logística del cartel de Sinaloa le facilitaron mucho el éxito.

La película, inspirada en un artículo del New York Times, desarrolla el lado más humano de lo que es poco más que una anécdota. Repite el guionista de Gran Torino intentando calcar la jugada, un protagonista egoísta y arisco en su fachada interior y corazoncito en su fuero íntimo. Hay otra comparación inevitable con The old man & the gun, con Robert Redford, mereciendo más indulgencia el atracador de bancos que el correo de droga. El guion de Mula se pasa edulcorando, buscando atenuantes, a una complicidad con delincuentes muy antisociales y violentos primero, y redimiéndose después (spoilers): La excusa de que Internet arruina el negocio de horticultura, pagar los daños del bar de un amigo, financiar la carrera de su nieta, reconciliación total con la familia y aceptación su condena al final (al contrario de lo que hizo Sharp al ser juzgado). Las excesivas licencias melodramáticas y la mínima crítica a la desigualdad en Estados Unidos se compensan en parte con otra notable actuación de Eastwood, arropado por Bradley Cooper, Dianne Wiest o Andy García.

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