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A tiro

La excelencia

El otro día, repasando los múltiples actos de los últimos años conmemorativos dedicados a escritores o figuras de nuestra cultura, reparé en una serie de constantes (siempre hay excepciones) que lo único que producen en el receptor es confusión, desentendimiento e incluso somnolencia. En primer lugar, el espectador y/o ciudadano nunca acaba de tener en sus manos un programa cerrado, único, porque suelen ser varias instituciones o entidades las que programan porque "este año toca" equis homenajes y parabienes sobre equis personaje que falleció o nació hace equis años. ¿A cuántas presentaciones de actividades del Any Ramon Llull -por poner un ejemplo- tendremos que ir? La dispersión de los actos, la dificultad en transmitir un discurso más o menos claro y profundo sobre dicho autor y el exceso de rellenos en el calendario echan a perder lo que podrían ser grandes iniciativas. Y pienso que esto vuelve a tener que ver con el problema principal de nuestra gestión cultural: no se persigue la excelencia. Con esto no se está diciendo que no se hayan previsto o ya celebrado citas de gran altura, como el congreso sobre Llull que tuvo lugar en CaixaFòrum. No va por ahí la cosa. Pero, por ejemplo, ¿por qué no se ha organizado una gran exposición sobre el conocido trabajo que realizó Tàpies sobre Llull en la que también se incluyeran, por ejemplo, las obras de Dalí influenciadas por el filósofo mallorquín? ¿Por qué es caro? ¿No valdría más impulsar menos acciones pequeñas y de escaso calado y apostar por dos o tres de envergadura?

A tenor de estas reflexiones, vuelve a presentarse ante mí el fantasma que no nos deja despegar culturalmente: la falta de excelencia y lo más preocupante aún, que ésta haya dejado de ser un objetivo, si es que alguna vez lo fue. A ello hay que sumarle la tendencia al reparto sin discriminar, a la devolución de favores y a las cuotas partidistas. Cierto es que en Mallorca la escena cultural es pequeña, muy pequeña, y que todos nos conocemos -vaya obviedad-, y que en alguna ocasión todos fuimos amigos, conocidos, amantes, compañeros de trabajo, etc., lo que dificulta aún más la sinceridad en los juicios opinativos. Por eso pienso que la figura del crítico cultural con bemoles es capital si a lo que se aspira es a la excelencia y no a la máxima "todos los artistas deben poder vivir de su arte", que como punto de partida sí, vale, pero luego con ciertas trayectorias ya no cuela, como no todos los licenciados en periodismo viven del periodismo. Para mí, especifico, tener bemoles en el caso de un crítico significa ser honesto (no maleducado o visceral a la hora de emitir la opinión), tener argumentos basados en un previo conocimiento y análisis de la obra y ser, ante todo, autoexigente con uno mismo. El artista ha de hacer un esfuerzo por ser receptivo a las valoraciones -realizadas por esos críticos con bemoles- sobre su trabajo y no poner en marcha la maquinaria persecutoria o intimidatoria cuando no le ha gustado lo que ha leído sobre sí mismo. También debería comprender que si se ha optado por no escribir sobre su obra es porque quizá hay por delante otras obras que por su tratamiento artístico/temático/emocional urgen ser analizadas y la suya no o no tanto. Ítem más, cuando el artista desprecia al crítico con bemoles en realidad está demostrando desprecio por los lectores o receptores de su obra.

¿Acaso no es un crítico un lector o receptor más? Sigo: hemos de empezar a comprender e incorporar con naturalidad el significado de los términos "relevante", "calidad" y "autoexigencia". Dejemos de ser todos tan autocomplacientes. Y vuelvo al problema de la isla, y a nuestra tendencia a imaginar que somos un mundo en sí mismo, cuando no lo somos. No todo lo que ocurre aquí es valioso -por eso no todo ha de escribirse o reseñarse-, ni lo valioso que ocurre en esta tierra ha de entenderse únicamente en clave local (me dan miedo los que se ponen la camiseta ultra de lo local, porque, insisto, no vivimos aislados y eso nos conduciría a emitir juicios superlativos y aduladores poco realistas que flaco favor le hacen al artista. A lo bueno, basta llamarlo "bueno", no "excepcional" si no lo es. Un crítico cultural no es un enjabonador). Más apuntes: preferir los matices, las definiciones ricas a las categorizaciones extremistas. Y otra cuestión: ¿cómo definimos lo valioso? He de resumir mil: si doy por supuesto que la técnica se domina, la obra en cuestión debería reunir emoción, profundidad de ideas o conceptos y una conexión lo más sublime posible con la realidad, con lo que somos y vivimos.

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