MINUSVALORAR LA CULTURA

Un lugar prioritario para la cultura es lo que distingue a las sociedades modernas y ambiciosas de las anquilosadas. Todos con competencias en este país tienen el discurso, casi nadie la praxis. En España la cultura es una camiseta ajada: nadie se la pone cuando quiere lucir lustroso. Se recurre más al populismo desfasado, indocumentado, cutre, naif, infantiloide, malamente folclórico tipo camiseta de Black Sabbath comprada en H&M.

Las figuras mediáticas nacionales son mayoritariamente sonrojantes, en absoluto envidiables. Por tanto hay que sospechar de una elección que parece salida de un casting de reality televisivo. Màxim Huerta es el nuevo ministro de Cultura, y no tiene ni el recorrido como gestor ni la relevancia como creador para merecerlo. Se recurrirá a los mismos ejemplos: André Malraux fue ministro del ramo en Francia, además de sólido intelectual y eterno candidato al Nobel. Dudo que veamos a Huerta optando al galardón. Ángeles González-Sinde era una figura cultural de relevancia digamos que estimable, pero probad a mencionar su nombre en ámbitos culturales. Es más que improbable que las puyas periodísticas y artísticas de cierta significación que provocó Carmen Alborch se reproduzcan ante las futuras iniciativas del neoministro.

Es de suponer que nadie propondrá a Sergio Ramos como ministro de Deporte, ergo los años de profesión en el gremio no garantizan solvencia ni oportunidad. La cultura ha sido una vez más minusvalorada, maltratada, y la elección de Boris Izaguirre como ministro, perdón, quería decir Màxim Huerta, es un nuevo agravio.