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Música

¿Adiós a las toses?

Desde la recuperación en julio de la actividad musical se ha producido una misteriosa disminución de los ruidos en los conciertos

András Schiff.

Una de las más molestas realidades de auditorios y temporadas líricas en general son las toses pertinaces de un sector del público acompañadas de toda una sarta de ruidos adyacentes -apertura y cierre de abanicos, exploraciones eternas en los bolsos de cremallera a la búsqueda de no se sabe qué tesoros, envoltorios de caramelos, etc.- que alteran de manera tremenda al resto del público y desconcentran a los intérpretes, arruinando incluso conciertos enteros. Dos ejemplos. El primero de ellos protagonizado por el pianista Daniel Barenboim que, en plena interpretación de los Preludios de Debussy llegó a recriminar al público su mala educación y mandó parar las ovaciones, muy enfadado, y diciendo irónicamente: “¡Qué curioso, cuando aplauden, no tosen!”. Poco después otro pianista, András Schiff vio como el mismo público destrozaba su magistral versión de las Variaciones Goldberg de J. S. Bach y se negó en rotundo a dar un bis y apenas salió a saludar, desconcertado por el tremendo comportamiento de algunos de los asistentes. Recuerdo, asimismo, una función de La traviata, hace ya bastante tiempo, en el Campoamor que se convirtió en una tortura entre un mar de toses y expectoraciones hasta que un espectador a gritos dijo: “¡Silencio, no se oyen más que toses!”. Es este por lo tanto un problema que se lleva arrastrando décadas. Sin embargo, algo está pasando con la plaga de las toses. En los conciertos de la era covid-19, por primera vez en tanto tiempo, se puede escuchar música con el debido silencio y respeto en teatros y auditorios. Es un hecho que se está notando en todos los países y los melómanos y los intérpretes no dan crédito a que puedan disfrutar de una interpretación sin el acompañamiento percutivo de los que son incapaces de estar en una sala sin hacer notar su presencia. Es una perfecta demostración práctica de que esos ruidos y toses eran, en la mayoría de los casos, impostadas artificialmente, no fruto de la enfermedad. Quizá haya que dejar como permanente el uso de la mascarilla en sala para amortiguar el sonido de las expectoraciones. Es verdad que los aforos, por lógicas razones de seguridad sanitaria, están en todo el mundo reducidos en un cincuenta o en un setenta por ciento del total y que de lo que se pone a la venta en la taquilla se cubre sólo una parte (entre un cuarenta y un setenta por ciento de media) porque los aficionados de más edad han decidido hacer una pausa en la temporada que ahora comienza por miedo a las consecuencias de la pandemia. Pese a todo ello la situación actual nos debiera permitir extraer lecciones y conclusiones de cara al futuro. Quizá se había llegado a una situación demasiado conflictiva y ahora sea el momento adecuado para reformular los estándares de silencio. Los que están y no tosen lo tienen muy claro, muchos de los que faltan también. Ahora sólo queda que los pequeños grupos de saboteadores estridentes acaben dándose por aludidos. Sería una de las pocas bendiciones que se podrían extraer de esta situación terrible que estamos viviendo.

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