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Cómics ¿para niños?

Lo primero una vieja conocida, “Hilda” de Luke Pearson. Sigue en plena forma y recientemente se presentaba el volumen “Hilda y el rey de la montaña” que cerraba el ciclo iniciado con el anterior, “Hilda y el bosque de piedra”. Habíamos dejado a la protagonista convertida en un pétreo trol pero en la nueva entrega la madre acude al rescate y todo termina bien. La atrevida paginación, el fascinante color y la fantasía desbordante siguen siendo algunos de sus rasgos principales. Si a ello suman la excelente y cuidada edición entenderán que la considere una serie imprescindible.

Una autora que apenas necesita presentación es Pénélope Bagieu. Recientemente citaba su “California Dreamin’”, una novela gráfica sobre la cantante Mama Cass, y todos hemos disfrutado con sus biografías de mujeres interesantes, “Valerosas”, que ya han sido trasladadas al mundo de la animación en Francia. En una clave más infantil ha dibujado una adaptación de Roald Dahl, “Las brujas”. Conociendo al autor de la obra original ya podrán suponer que el relato presenta algunos atrevimientos que muchos pedagogos desaconsejarían. La Bagieu parece sintonizar a la perfección con Dahl, con sus abuelas fumadoras, sus situaciones de terror absoluto y sus constantes transgresiones del orden establecido. Pueden leerle este álbum a sus hijos, pero también disfrutar con su lectura sin complejos y a solas. La narración es trepidante y entretenida y el final apropiadamente salvaje. Un gran divertimento.

Jen Wang tampoco es una desconocida. En su momento nos deleitó con su cuento para adultos “El príncipe y la modista” y ahora vuelve a la carga con una historia más personal y aparentemente infantil. “Destellos” nos habla de la amistad entre la comedida Christine y la impredecible Moon Lin, una nueva compañera de clase. Se juega con el contraste que existe entre las dos niñas, una encantada con su individualidad y sus peculiaridades, la otra esforzándose por complacer a unos padres exigentes y perfectamente integrada en un entorno monocorde. Christina queda fascinada por la deslumbrante personalidad de Moon, pero pronto surgen las primeras sombras. La nueva parece tener un problema con su ira y a veces dice y hace cosas extrañas. No deseo estropearles el final pero sí puedo comentar que Wang maneja con mucha delicadeza la transformación de esa primera admiración hacia la amiga en algo muy diferente, una envidia que ciega a nuestra pequeña heroína y propicia situaciones que pondrán a prueba su amistad. Todo ello servido con el delicado y emotivo dibujo de Wang y con un tempo perfecto. La autora demuestra un perfecto dominio del ritmo narrativo. Todo discurre con el sosiego que un relato tan cotidiano como este precisa, pero luego maneja con maestría los contados momentos de acción donde la historia cambia de rumbo y de tono.

En el epílogo Wang desvela los hechos personales de su infancia que inspiraron esta conmovedora historia y el valor terapéutico de imaginarla y contarla. Explicársela a los lectores también sirvió para que ella misma diera sentido a aquellos sucesos. No es una transcripción directa de lo ocurrido, más bien un desplazamiento dramático, una metáfora que le permite centrar su tema, que desarrolla como fondo de la historia. Me refiero a la pertenencia al grupo, en su caso era una niña de origen oriental en una sociedad occidental. Comenta que todo a su alrededor la presionaba para identificarse con su cultura “original”. Eran tan pocos que debían apoyarse unos a otros, resistir ante la presión de la cultura oficial. Pero cuanto más la empujaban a ser como todo ese pequeño colectivo al que pertenecía, más se alienaba ella, sintiendo que debía permanecer fiel a sí misma. Estos asuntos pueden ser perfectamente interpretados por los niños. Quizás a los adultos nos cueste algo más entenderlos.

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