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El poeta y narrador ibicenco Vicente Valero.

Narrativa

Una cresta de gallo

Hubo un siglo sobre cuatro ruedas de un Seiscientos en el que la libertad sólo tenía tres banderas. La pirata de la infancia, la ´Rayuela´ de Cortázar de la adolescencia y el Dos Caballos rojo de la juventud a monte abierto

Era el último siglo del blanco y negro de una vida que se perdió en la guerra. Y también del silencio y de los secretos que se cicatrizaban en muchas familias y de aquel Nodo en el que Franco se murió por capítulos y una madrugada de golpe y los españoles volvieron la cara al Sol de la Transición. El fenómeno que permitió a un país cruzar la frontera cerrada, en cierto modo desde Felipe II, hacia un futuro democrático y en cuyo viaje se mezcló la picaresca, el surrealismo de Buñuel, el Marshall de Berlanga y los pechos de Ornella Muti y Victoria Vera. Que de todo hubo en la metáfora de un viento donde además de los luchadores vencidos, de los rebeldes a represalia descubierta y de los cachorros camaradas alimentados en lecturas prohibidas y en garajes de charlas, otros muchos resultaron ser del Guernica y el Che de siempre, y los que desfilaban de blanco de repente tenían un clandestino tatuaje anarquista. Del 75 al 79. Cuatro años abiertos como la cresta de un gallo en la palma de la mano donde ese tiempo fue para los preadolescentes, de aquella película de tímido destape y promesa de todo tipo de desnudos, el despertar a la línea del corazón, a la línea de la cabeza, a la línea de la vida. Los tres ejes y renglones de la última novela de Vicente Valero, Las transiciones. Libro sentimental de una generación que pasó de jugar a los cromos del catolicismo burgués, domingo de catedral a las doce, del picor del sexo y la periferia de la política a convertirse en la juventud en protagonistas de un futuro sin censura, y que a muchos les fue después un jaque de caballo a los sueños, al amor, al trabajo y a la libertad.

Cuenta Valero, como excelente poeta que sabe narrar profundizando en las emociones, en los ecos de la memoria y en la voz del otro yo, una historia de cómplice amistad iniciada en ese cinematográfico y contundente flashback que es el reencuentro del tiempo proustiano en un entierro. Evocadora es la mirada de la muerte frente a la que Julio, Antonio y el narrador Valero se juzgan la memoria ante la joven pérdida del rebelde Ignacio. Cuatro amigos, cuatro falanges de un destino al que la literatura suele amputarle el mejor de todos para crear la historia alrededor de su sombra, o al que en otras ocasiones convierte en la voz que pespunta el travelling coral del tiempo y los recuerdos. En cualquier caso saben mejor los recuerdos con unas copas que abren, como llaves americanas, las puertas del pasado entre ángulos muertos y luces de colores brindando lo que fue el despertar de la conciencia de la vida. La de cuatro jóvenes que, al igual que muchos otros, aunque también los hubo más precoces en el compromiso, se apuntan a repartir los carteles ibicencos del primer Adolfo Suárez. Uno de los primeros sueños encadenados a las primeras televisiones en color, a la ternura y temblor del amor hermanado entre Valero y Amalia, consanguínea de Ignacio. O la dictadura del viejo profesor de aquel franquismo en tiza y sepia que representa en la novela el severo director del colegio llamado «el enterrador». Un excelente secundario al igual que el abuelo don Alfonso, al que el narrador redescubre en esa época en la que comenzaron a desvelarse pasados (tristes unos, supervivientes otros, impostores más de uno) su efímera condición de chófer y guía del Caudillo. O la figura del padre ausente, en cuyo despacho jugaban los niños a la vuelta de la escuela. Y también el cura que oficia el interminable funeral. Metáfora de una sociedad cerrada y ensotanada alrededor del incienso, del pecado del sexo y aquella doble moral con la imagen de un mueble presidido por un crucifijo bajo un altillo para mantas de invierno y el escondite de las primeras revistas guarras.

Transiciones morales de la opresión a la libertad; de heroísmos fabulados o entre claroscuros de algunos de los magníficos y humanos personajes de la trama. Lo mismo que la del territorio escénico de un aislado paraíso rural hacia un paraíso del incipiente turismo con el enriquecimiento feroz de los de siempre. Sociología, historia personal, película generacional entre la memoria y la ficción, la vida colectiva y la personal como homenaje y terapia. Un buen cóctel Valero en lo poético y en la prosa de la credibilidad y la humanidad que transmiten la Historia de la que somos a la vez protagonistas y fantasmas.

VICENTE VALERO

Las transiciones

PERIFÉRICA, 120 PÁGINAS, 15 €

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