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Gedex de la desactivación de explosivos a la descontaminación Covid

El grupo de desactivación de explosivos de la Guardia Civil (Gedex) atiende cada año decenas de emergencias, muchas por bombas de la Guerra civil. la pandemia les obligó a ocuparse también de la descontaminación de edificios estratégicos

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Gedex de la desactivación de explosivos a la descontaminación Covid Manu Mielniezuk

Un equipo del Grupo Especial de Desactivación de Explosivos (Gedex) de la Guardia Civil está permanentemente operativo en su base del aeropuerto de Son Sant Joan. En cualquier momento puede surgir una alarma por el hallazgo de un artefacto explosivo, que requiere una respuesta inmediata. Cada año realizan medio centenar de estos servicios, de los cuales una quincena son bombas antiguas, sobre todo procedentes de la Guerra Civil, que mantienen intacta su capacidad destructiva. Pero los técnicos en desactivación de explosivos son también especialistas en tratamiento de elementos NRBQ (nuclear, radiactivo, biológico o químico). Su material de protección para estos casos les hizo idóneos para realizar tareas de descontaminación relacionadas con la epidemia de coronavirus. A lo largo de los últimos dos años han realizado más de doscientas intervenciones de desinfección de edificios e instalaciones estratégicas.

«Hemos ido allí donde nos han requerido: hospitales, centros de salud, geriátricos, aeropuerto... Donde nos pedían apoyo, allí íbamos», explica el sargento primero José Jiménez Rosal, jefe del Gedex de la Guardia Civil de Balears. A sus 49 años, Jiménez acumula casi treinta de experiencia como guardia civil. Es técnico en desactivación de explosivos desde 1999, tras realizar el curso especializado en la Escuela de Desactivación de Explosivos de la Guardia Civil en Valdemoro (Madrid), y dirige el grupo de Mallorca desde 2009.

«Cada año tenemos entre cincuenta y sesenta servicios, la mayoría relacionados con bombas antiguas, sobre todo de la Guerra Civil», explica Jiménez. «Sin embargo, la pandemia alteró mucho el trabajo. Durante los años 2020 y 2021, marcados por las restricciones a la movilidad, la gente no salió tanto de paseo y aparecieron menos artefactos. Sobre todo durante los meses de confinamiento bajó mucho el número de incidencias, pero se multiplicaron las intervenciones en el ámbito biológico porque hicimos muchos trabajos de descontaminación contra la Covid».

Las estadísticas confirman este comentario. Si en los años 2018 y 2019 tuvieron entre cincuenta y sesenta incidencias, en 2020 el número de intervenciones se disparó a 191. En 2021 fueron 149. En los primeros meses de este año, con el descenso de la incidencia de la pandemia, las cifras están volviendo a los parámetros anteriores.

La mayoría de los artefactos peligrosos que aparecen en Mallorca se remontan a la Guerra Civil. El sargento Jiménez recuerda uno de estos casos. En mayo del año pasado, un hombre que estaba limpiando una casa de Llucmajor que había heredado recientemente encontró entre los desechos lo que parecía a todas luces una bomba de mano. «Se trataba de una granada Valero, que se utilizó mucho durante la guerra», comenta el sargento. «Estaba en una caja en el altillo de la casa. Otras veces aparecen cuando hacen reformas en casas antiguas, y tiran un muro y se encuentran material de guerra, que había sido escondido allí y olvidado».

«Si encuentran un artefacto antiguo no lo toquen, porque conservan la capacidad explosiva»

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Los guardias alertan del peligro que suponen estos artefactos, a pesar de su antigüedad. «La mayoría de los proyectiles tienen carga y aunque hayan pasado muchos años mantienen la capacidad explosiva. La carga es TNT, que no se degrada aunque tenga cientos de años. Y se producen accidentes, con gente que encuentra uno de estos proyectiles y se lo llevan a casa, intentan manipularlo y les explota». Jiménez recuerda uno de estos casos, ocurrido en 2002 en Ses Salines. Un hombre trató de abrir con un cincel un proyectil antiguo y murió a consecuencia de la explosión.

«Ni se les ocurra tocarlo, ni desplazarlo, ni llevarlo a ningún sitio», afirma tajante el jefe del Gedex, que recuerda que algunas veces ha aparecido una persona por un cuartel con un proyectil en las manos y dice «miren lo que me he encontrado». En el caso de hallazgo de lo que parezca ser un artefacto explosivo, el artificiero aconseja apartarse y alertar a la Guardia Civil o la Policía. «Si está en el monte recomendamos geolocalizar el lugar, porque nos facilita mucho a la hora de encontrarlo», añade.

En casos de proyectiles antiguos siempre se detonan, ya que suelen estar deteriorados y la desactivación resulta demasiado arriesgada. Se le adosa una carga explosiva y se le hace estallar. «Y por lo general nos encontramos con que mantienen la capacidad explosiva». Este fue el caso de uno de los últimos hallazgos, un proyectil de artillería de 105 milímetros que fue descubierto enterrado durante unas obras en el refugio de Aubarca, en Artà. «Lo destruimos allí mismo y pegó un buen pepinazo», comenta Jiménez. «Suponía un alto riesgo para cualquiera que estuviera en un radio de unos cuarenta metros por la metralla que despide». Si no se puede detonar en el mismo sitio, los artificieros lo trasladan «con mucho cuidado», envuelto en una manta antiexplosiones que retiene la metralla, hasta una zona segura, donde se le detona. «Se trata de minimizar todo lo posible los riesgos de la explosión».

Y los hallazgos no se producen solo en tierra. El Mediterráneo occidental fue una zona de intensos combates durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Se arrojaron millones de proyectiles, y muchos han quedado sin estallar en el fondo marino. Muchos de ellos siguen apareciendo a día de hoy en las redes de los barcos pesqueros,

Pero los miembros del Gedex no reciben solo formación para hacer frente a artefactos explosivos. De hecho, el nombre oficial del grupo es Gedex-NRBQ. Las últimas siglas responden a Nuclear Radiactivo Biológico y Químico, y se refieren a otras posibles amenazas que se pueden plantear. «Nunca hemos tenido una incidencia terrorista NRBQ real», prosigue el sargento Jiménez, «aunque sí falsas alarmas. Hace unos años, cuando se produjo una oleada de ataques con ántrax en Estados Unidos, tuvimos que intervenir en varios casos en los que se detectaron envíos postales con sustancias sospechosas. Todos los paquetes se trasladaron a los laboratorios del Ministerio de Agricultura, donde fueron analizados, y todos resultaron ser falsas alarmas».

Esta formación para actuar frente a una posible arma biológica hizo que la irrupción de la pandemia de coronavirus les pillase preparados. «Una de las ventajas que tuvimos desde el principio es que nosotros teníamos trajes de protección y sabíamos cómo actuar ante una amenaza así», prosigue el jefe del Gedex. «Así que desde un principio pudimos empezar a trabajar en la descontaminación de determinadas dependencias».

La pandemia obligó a los artificieros a establecer grupos burbuja para prevenir contagios, y a multiplicar sus servicios. «Conforme fueron enfermando los primeros guardias civiles, nuestras misiones iniciales eran ir a sus lugares de trabajo y descontaminarlo todo: oficina, vehículos... Eso fue lo primero, pero luego empezamos a realizar trabajos de descontaminación en lugares sensibles, como hospitales, centros sanitarios, residencias de ancianos... y también edificios oficiales e infraestructuras estratégicas, como los aeropuertos. Allí donde nos requerían, allí íbamos», concluye Jiménez.

En total fueron cientos de servicios, sobre todo en 2020. La cifra de actuaciones por descontaminación en Mallorca se redujo a setenta en 2021. Con la vuelta a la normalidad, la actividad se ha reducido mucho, a apenas una decena de servicios en estos primeros meses del año.

Fue un trabajo arduo, embutidos en trajes de alta protección, que no permiten la transpiración. «Sudas mucho, la verdad. Son trajes de una protección muy superior a los del personal sanitario, porque están pensados para una guerra química, pero resulta complicado trabajar con ellos y no puedes estar muchas horas».

Es inevitable finalizar un reportaje sobre el Gedex sin recordar el atentado de Palmanova en el que ETA asesinó con un coche bomba a los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada García y Diego Salvá Lezaun.

Salvador, uno de los miembros del grupo, estaba de servicio aquel 30 de julio de 2009. «Se hizo un primer reconocimiento de la zona más cercana al coche que explotó», rememora. «Luego ampliamos el perímetro y descubrimos el segundo artefacto en otro coche. Primero lo intentamos desactivar, pero era demasiado arriesgado, porque tenía un detector de movimiento. Así que tuvimos que hacer una explosión controlada». Trece años después, el veterano artificiero tiene muy vivo el recuerdo de aquel día. «Es lo peor que he visto en toda mi carrera».

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