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Perpinyà / Cotlliure La Mallorca que se quedó en Francia

Las dos localidades fueron residencia de los reyes mallorquines y aspiran a compartir con Palma la candidatura a Patrimonio de la Humanidad. Sus atractivos bien valen una visita al Rosselló

Posee, como Palma, un soberbio palacio real, una Llotja y hasta una Riera, de márgenes ajardinados, que ellos llaman La Basse. Es Perpinyà. Perpignan en francés, Perpiñán en castellan­o. Fue la capital continental del efímero Reino de Mallorca, entre 1276 y 1343, y hoy lo es del departamento galo de los Pirineos Orientales.

A apenas 39 kilómetros de la frontera española y a menos de 200 de Barcelona, Perpinyà es una ciudad pequeña (un tercio de los habitantes de Palma), tranquila, comercial, algo turística y con una actividad cultural muy significativa. Su población, variopinta, con bastantes vecinos de origen africano.

El lazo de Mallorca con sus antiguos territorios continentales ha llevado a una reciente propuesta: la posible candidatura a Patrimonio de la Humanidad, conjunta, de las dos antiguas capitales de Jaume II, Sanç I y Jaume III, más una tercera localidad, Cotlliure, en las cercanías de Perpinyà.

El férreo centralismo francés se resquebraja en la señalización viaria de la Perpinyà contemporánea. Todos los carteles están en francés y en catalán, si bien algunos rótulos de calles se exhiben sólo en uno de ambos idiomas. La municipalidad se anuncia orgullosamente en su web como "Perpinyà la Catalana".

Porque esta provincia, conocida genéricamente como el Rosselló, perteneció a Cataluña hasta el Tratado de los Pirineos, en 1659. En aquel momento, el debilitado Imperio español de Felipe IV, con sus Tercios diezmados, se vio obligado a ceder sus territorios del otro lado de los Pirineos a la Francia emergente de Luis XIV. Con una excepción: la villa de Llívia, que por un error en la redacción del documento ha seguido siendo española hasta nuestros días, cuando la construcción de la Unión Europea ha minimizado esos conflictos fronterizos.

A esa Cataluña francesa se le denomina a veces la Cataluya Nord, desde la otra vertiente pirenaica. En Prada de Conflent se celebra cada año la Universitat Catalana d´Estiu, que este agosto alcanzará su edición número 48. Su festival de música lo creó un ilustre exiliado: Pau Casals.

el sepulcro de SANç I

La uniformización cultural que impusieron primero la monarquía francesa y luego la Revolución pretendió hacer tabla rasa de la cultura autóctona. Como ocurrió en España, aunque a ese lado del Pirineo de modo notablemente más eficaz. Hace un par de semanas, el pasado 28 de mayo, las plazas aledañas al Castillet, el corazón de Perpinyà, se abarrotaban de padres, niños y maestros que celebraban las cuatro décadas de las Escoles de la Bressola, la plataforma de enseñanza en catalán. En lo alto del Castillet, antigua puerta de entrada a la ciudad, ondea permanentemente la bandera de las cuatro barras.

Encontrar a alguien que hable catalán ya es más complicado. En la oficina de turismo, en la biblioteca, en los bares o en las tiendas, resulta más fácil hacerse entender, directamente, en español. En el restaurante L´Assiette Catalane ("El plato catalán"), la senyera decora los manteles y los platos y suena Joan Manuel Serrat, pero hablan en francés.

Desde los bulevares exteriores, equivalentes a las avenidas palmesanas, el Castillet da acceso a un casco histórico de dimensiones bastante más reducidas que el de Palma, que converge en las terrazas de la Plaza de la República. En uno de los extremos del barrio peatonal se sitúa la catedral gótica de San Juan Bautista, patrón de la ciudad. En el altar mayor, detrás de la estatua del santo, también pende la bandera catalana.

En una capilla lateral se encuentra el sepulcro de Sanç I de Mallorca, rey de 1311 a 1324, hijo de Jaume II y tío de Jaume III. Éstos últimos están enterrados en La Seu de Mallorca. Sus estatuas yacentes las labró a mediados del siglo pasado Frederic Marès, a instancias del arquitecto Gabriel Alomar. Tal y como cuenta Bartomeu Bestard (DIARIO de MALLORCA, 11 de marzo de 2012), "Alomar, no contento con realizar esta hazaña, se las ingenió para que Federico Marés realizase también el sarcófago del rey Sancho I de Mallorca, costeado por suscripción popular (el sepulcro costó 80.000 pesetas). Sancho I había fallecido en 1325 en Santa María de Formiguera y había sido enterrado en la iglesia de Sant Joan el Vell. Una amplia delegación mallorquina, Tamborers de la Sala incluidos, se desplazaron a Perpiñán para hacer la entrega del sepulcro".

Y ahí está, el sepulcro enviado desde Mallorca. Pero no los huesos del rey, ni los de su madre y esposa de Jaume II, Esclarmonda de Foix, de cuya muerte se han cumplido 700 años, aniversario que ha pasado desapercibido en Mallorca. Se calcula que los restos de ambos se encuentran en algún lugar del citado Sant Joan el Vell, anterior a la catedral y vecino a ésta.

Una losa delante del templo episcopal está decorada con unas ratas grabadas y la inscripción "Innata fidelitas in corde perpinianensium en cibus e escha perpinianensium pro servicio regis et patriae". Recuerda el episodio del siglo XV en que los vecinos, fieles a Juan II de Aragón (padre de Fernando el Católico), resistieron tenazmente el sitio de Luis XI de Francia y no tuvieron más remedio que comer€ ratas. Así que la lápida recuerda el sacrificio de estos animales. De ahí el "malnom" de sus ciudadanos, "menjarrates", y el título de "Fidelíssima".

La calle Mirabeau desemboca en la Llotja: contemporánea de la de Palma, similar en sus trazas y más o menos con las mismas funciones, porque albergó el Consulado del Mar. Ahora sus bajos los ocupa una cafetería.

En el exterior del casco peatonal, la Rue dels Rois de Majorque y la Avenue des Baléares nos acercan al Palau dels Reis de Mallorca. Fue la corte de Jaume II, Sanç I y Jaume III, alternándose con su castillo de Cotlliure, o con sus residencias insulares: La Almudaina, Bellver, Valldemossa, Manacor y Sineu.

Por supuesto, y dadas sus dimensiones, una parte del mismo se encuentra en obras. Se programan visitas guiadas por las mañanas, que recorren las estancias de la familia real. Las vistas resultan tan espléndidas, sobre Perpinyà, como las de Bellver sobre Palma.

De vuelta hacia el centro, una antigua prisión alberga el Centro de Documentación de los Franceses de Argelia, que recuerda al millón de argelinos de familia europea (bastante de ellos de orígenes insulares, catalanes, valencianos€) que tuvieron que huir de su tierra al proclamarse la independencia en condiciones traumáticas. Un muro de la memoria recuerda a los 2.410 desaparecidos entre 1954 y 1963. El pequeño museo, en penumbra, incluye una fotografía del argelino de ascendencia menorquina Albert Camus, Premio Nobel de Literatura y visitante en 1935 de Mallorca, a la que dedicó bellas páginas.

la estatua del prisionero de bellver

La oferta cultural de Perpinyà es sobresaliente. Su festival de fotoperiodismo Visa pour la Image constituye un referente internacional. Conciertos, fiestas populares, patrimonio histórico. La Processó "de la Sanch", otro vínculo más con Palma. El centro de arte contemporáneo Walter Benjamin. Del 20 al 26 de este mes de junio se celebra el Filaf, Festival Internacional del Libro de Arte y del Film. Por él ha pasado Miquel Barceló y lo visitan este año Michel Houellebecq, Enrique Vila-Matas, Emili Manzano, Mathies Enard y Catherine Millet.

No en vano, Perpinyà es el centro del mundo. Para ser exactos, su estación de ferrocarril. Así la calificó Salvador Dalí y la denominación tuvo tanto éxito que está grabada en uno de sus andenes. Junto a la estación se ha construido un centro comercial que se llama así, El Centre del Món. En catalán.

A diferencia del resto de Francia (y de España), el centro del mundo, en Perpinyà, no es el fútbol, sino el rugby, y los colores en el corazón de los vecinos, los de los Dragons (Dracs), el equipo local. No era muy complicado encontrar un bar donde seguir la última final de la Champions. Pero los roselloneses no le prestaban atención a ese choque entre dos equipos madrileños.

Perpinyà fue meca de peregrinación de españoles en el último franquismo, para ver las prohibidísimas Emmanuelle y El último tango en París y otras películas de menor voltaje erótico, pero de mensaje político inadmisible para la dictadura. Los bonitos cines Castillet, junto a la vieja puerta, han quedado como testimonio de aquella etapa.

En la ribera de La Basse, una estatua recuerda al rosellonés François Aragó, que justo cuando estaba a punto de empezar la Guerra del Francés visitó Mallorca para medir el meridiano terrestre. Pese a la baza a su favor de hacerse entender en catalán, enseguida cayeron sobre él las sospechas de espionaje y le recluyeron en Bellver, de donde consiguió escaparse.

A la sombra del científico, unas cuantas terrazas de pizzerías. Enfrente, un quiosco modernista que ahora se ha convertido, ay, en local de comida rápida. Una placa recuerda que aquí se celebró la primera reunión (clandestina, por supuesto) de la Resistencia de los perpiñaneses contra la ocupación alemana.

Al otro lado de los bulevares, la avenida General Leclerc, que recuerda al libertador de París con "La Nueve" de republicanos españoles en 1944, se ha convertido en el zoco de los bares de "tapas", con una clientela muy joven. Al lado, el flamante Teatre de l´Arxipelàg, diseñado por Jean Nouvel e inaugurado en 2011, cuyo nombre parece recordar a las islas perdidas del reino común€ aunque, en realidad, se llama así porque se compone de distintos edificios autónomos ("islas").

En las estribaciones de La Tet, el río que bordea Perpinyà, se localiza el centro de arte contemporáneo À Cent Metres du Centre du Monde, que, efectivamente, queda a esa distancia, más o menos, de la estación de tren. El lugar resulta algo desangelado, casi debajo de un puente de la autopista, pero el edificio, una antigua fábrica rehabilitada, posee un marcado atractivo. Aquí sí que hablan catalán. "Valenciano", puntualiza la encargada. Es una asociación cultural que programa cuatro grandes exposiciones anuales. La más reciente, de Jean Le Gac, un enamorado de Picasso. Su estructura de distintos niveles, con vigas de madera, permite que se adapte a diversas manifestaciones creativas.

las anchoas de cotlliure

Del "centro del mundo" sale el autobús que conduce a Cotlliure. Es un itinerario de una hora, porque realiza múltiples paradas, pero el billete vale ¡un euro! para un recorrido de unos treinta kilómetros. A medio camino está Argelers, cuyas playas sirvieron de campo de concentración improvisado para los republicanos españoles derrotados, cuando la República francesa no sabía qué hacer con ellos.

Cotlliure (Collioure en francés), la otra posible candidata a compartir Patrimonio de la Humanidad con Palma y Perpinyà, sí que es una localidad esencialmente turística. Tiendas de recuerdos, comercios, terrazas de restaurantes que siguen el perfil del puerto, playas, paseantes. Se oye hablar bastante en catalán (del otro lado del Pirineo) y en español y en inglés.

La mole rocosa de Nuestra Señora de los Ángeles con las olas rompiendo a sus pies, y al otro lado el Château Royal, dicen que es una de las postales más repetidas de toda Francia. No es de extrañar que la belleza natural de este rincón atrajera a los pintores (como en Mallorca). Hace cosa de un siglo Derain y Matisse crearon aquí el Fauvismo, una de las vanguardias históricas. Del segundo es la colorista Ventana abierta a Cotlliure, que Vila-Matas cita en su libro más reciente, Marienbad eléctrico.

Sin mucho esforzarse, Cotlliure podría ser un Sóller, un Cadaqués. Tal es su belleza y su tradición artística que esta localidad, de unos tres mil habitantes, la jalonan unos caballetes de metal, que sustentan recuadros. Por ellos puede asomarse el turista y le proporcionan, de inmediato, la vista perfectamente enmarcada de sus paisajes. No hay más que limitarse a tomar el pincel o la foto, según el caso.

Las anchoas de Cotlliure son tan famosas en Francia como las sardinas de Santurce en España, y en ambos casos justificadamente. En una tienda que las comercializa, la vendedora, oh sorpresa, sí que habla catalán. No sólo eso, sino que adorna el mostrador con una bandera del Barça.

También fue Cotlliure una localización estratégica en una costa mediterránea disputada por franceses, aragoneses, mallorquines. En 1642, durante la sublevación de Els Segadors contra Felipe IV, y cuando estas tierras aún pertenecían al Imperio hispánico, los mosqueteros de Luis XIII, con D´Artagnan en persona, sitiaron la fortaleza portuaria, que acabó rindiéndose.

Esa edificación imponente es el antiguo castillo de los reyes de Mallorca, que prácticamente se baña los pies en el Mediterráneo. Su aspecto ha variado considerablemente desde que lo habitaran Jaume II y sus descendientes, y aún más desde que la Orden del Temple hiciera uso de este puerto. Según la leyenda, en Cotlliure escondieron los últimos templarios el tesoro que pretendía confiscarles el rey Felipe IV de Francia. Otra fortaleza, la de Sant Elm, monta guardia sobre esta villa, de agitada historia, desde uno de los montes vecinos.

Sin embargo, probablemente el huésped más ilustre de esta antigua localidad del Reino de Mallorca se encuentra en el pequeño cementerio. Justo a la entrada, en una ubicación preferente, destaca la tumba de Antonio Machado. Flores, lazos con la bandera republicana, cartas, poemas, mensajes, se apiñan sobre la losa con la efigie del poeta.

Machado, que entonces tenía 64 años, cruzó la frontera en la retirada republicana, junto a su madre y su hermano José, mientras Manuel Machado se quedaba en la zona franquista, donde le atrapó la Guerra Civil. Encontraron refugio en el hotel Quintana de Cotlliure y poco después moría el poeta, el 22 de febrero de 1939. Su madre falleció tres días más tarde.

Una callejuela aledaña al camposanto, que parece un sosegado camino rural, lleva el nombre de Antonio Machado. Una placa recuerda que el número 2, el antiguo establecimiento hotelero, es donde la muerte vino a buscarle.

Su tumba es un lugar de peregrinación incesante. La mañana que paso a conocerla, entran un grupo de españoles, provistos de sistema de microfonía, con bafle y música. Son del Ateneo de Alcázar y vienen a rendirle homenaje con un recital de poemas. Alguno de ellos apenas consigue contener las lágrimas.

La sepultura de Machado en Cotlliure y su historia de exilio y muerte se han convertido en un símbolo y un referente. Alguna vez se ha especulado con devolver sus restos a España. Pero tal vez sea más coherente que permanezca aquí, tan cerca de la frontera, en esta encrucijada de culturas, en una tierra que ahora es francesa y antes fue española, catalana, mallorquina.

En el abrigo de Machado encontraron un papel con sus últimos versos: "Estos días azules y este sol de la infancia". José Sacristán recreó aquellas jornadas postreras en Caminando con Antonio Machado, espectáculo que se ofreció el año pasado en el Casal de Peguera. También en 2015 se publicó el relato del asturiano Miguel Barrero Camposanto en Collioure, Premio Internacional de Literatura de la Fundación Antonio Machado. Las mallorquinas Carme Riera y Maria Payeras editaron las actas del congreso 1959: de Collioure a Formentor, que en 2009 conmemoró el medio siglo del homenaje que reunió ante su tumba a los poetas españoles del interior y del exilio, cuatro meses antes de las Converses de Formentor.

Cuando Joan Manuel Serrat publicó en 1969 su álbum Dedicado a Antonio Machado, poeta, que tanto contribuyó a popularizar los textos del sevillano ("Caminante, no hay camino€"), añadió una canción de cosecha propia, "En Colliure", que también recrea la agonía del exilado: "Una gruesa losa gris / vela el sueño del hermano. / La yerba crece a sus pies / y le da sombra un ciprés / en verano. / El jarrón que alguien llenó / de flores / artificiales, / unos versos y un clavel / y unas ramas de laurel / son las prendas personales, / del viejo, / y cansado, / que a orillas del mar / bebióse sorbo a sorbo su pasado. / Profeta / ni mártir / quiso Antonio ser. / Y un poco de todo lo fue sin querer".

Las tumbas de Cotlliure lucen, en sus inscripciones, apellidos catalanes, y bastantes españoles. Algunas son muy coloridas, pertenecen a pintores aquí sepultados. Según mis informaciones, en este cementerio también yace Patrick O´Brian, el novelista británico creador de la saga que inspiró la ya clásica película de Peter Weir Master & Commander con música de Boccherini. Pero resulta complicado localizarla.

En Cotlliure, nada queda demasiado lejos. Cerca de la parada de autobús está la pequeña pero encantadora biblioteca local. Pese a la placa en la pared exterior que conmemora la estancia de Pompeu Fabra, aquí tampoco hablan catalán. Pero la bibliotecaria se queda encantada con los dos libros que le he traído (Albert Camus i les Balears, AA VV, Documenta Balear, y Sanç I. El rei pragmàtic, de Jordi Maíz y Lluís Tudela, Illa) y me adelanta que en su nueva sede, más amplia, prevén dedicar una sección de su fondo a la cultura catalana.

El autobús a un euro me devuelve a Perpinyá y el tren de alta velocidad, en menos de dos horas, a Barcelona. Visitar esta Mallorca que se quedó en Francia queda al alcance de la mano. Es el camino del reencuentro.

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