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El saludo nazi de Isabel de inglaterra

Oblicuidad

El saludo nazi de Isabel de inglaterra

Si en España se hubiera prescindido de quienes habían saludado brazo en alto, jamás se habría podido construir la transición a la democracia. El mundo se estremece hoy al contemplar el saludo nazi de una niña inglesa de siete años, que con el tiempo sería Isabel II de Inglaterra. El morbo desconoce el exceso, pero aquel gesto pueril no influyó decisivamente en el auge del nazismo.

Aunque la celebridad confiere al saludo de Isabel II un peso adicional, Hitler le debe más a los millones de alemanes que alzaron la mano alegremente en los años treinta, cuando se filmó la película ahora desenterrada por el sensacionalista The Sun. De hecho, la maniobra emulatoria de una niña inglesa no solo reactiva las connivencias escandalosas de la aristocracia británica con el nazismo, excelentemente noveladas por Kazuo Ishiguro en Lo que queda del día. El vídeo doméstico ilumina asimismo sobre la relativa imposición coercitiva del hitlerismo, que solo fue atroz tras la oportuna derrota bélica.

En 1935, dos años después del saludo nazi de la futura Isabel II, un político británico escribía que "la pugna de Hitler no puede ser leída sin admirarse por el coraje, la perseverancia y la fuerza vital que le permitieron desafiar, conciliar o vencer las resistencias que le cerraban el paso. Gracias a ello, el mundo vive hoy con la esperanza de que lo peor ha pasado". El problema radica en que el autor de estos elogios responde por Winston Churchill, en un libro titulado con clarividencia Grandes contemporáneos. Los elogios que hubieran sonrojado al tirano alemán son difíciles de conciliar con la trayectoria del héroe de la resistencia británica al nazismo.

Los perseguidores de criminales de guerra nazi nonagenarios han encontrado una presa que bate todas sus expectativas. Una monarca europea vigente, que formulaba la rutina hitleriana hace 82 años. La indiscutida evolución de Churchill y tantos otros partidarios antañones del apaciguamiento, similar a la oportunista o sincera conversión a la democracia de antiguos franquistas, despoja de valor punitivo a la pantomima regia. Sin embargo, alarma porque normaliza la plausible continuidad del nazismo.

Patria, de Robert Harris, sigue siendo el libro que mejor recoge el contrafactual de una victoria alemana en la Segunda Guerra Mundial. Sobrecoge la ausencia de dramatismo, en un mundo nazificado que hubiera satisfecho a Eduardo VIII, el tío de Isabel II, y al padre de John Kennedy, embajador ante la corte británica y entusiasta norteamericano de Hitler.

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