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Oblicuidad

Quién mata a los grandes críticos

Quién mata a los grandes críticos

Experimento teórico: Coloque a un ser humano durante dos horas frente a un ejemplar de la revista Time, cuya calidad literaria fue glosada por García Márquez. Conceda a otro cobaya ese mismo tiempo para navegar por internet a su antojo. La iniciativa demostrará que paladear el semanario supera con creces el enriquecimiento neuronal del zigzagueo por la red.

Desde una perspectiva exclusivamente hedonista, había semanas en que salivábamos porque un mismo ejemplar de Time contenía la crítica artística de Robert Hughes y su equivalente cinematográfico a cargo de Richard Corliss. Ambos han fallecido, el segundo de ellos el pasado abril y después de convertirse en el columnista más citado de la publicación que acuñó la expresión "el siglo americano", en labios de su fundador Henry Luce.

Al margen de la necrológica, y de destacar que no hay críticos vivos en todo el planeta a la altura de los citados, ambos fallecieron a una edad que no permitía jubilarlos. No son jóvenes en el sentido que exige Albert Rivera, pero han desaparecido sin coronar la esperanza de vida de sus coetáneos. La extinción ha afectado a una generación entera de mentes despiertas y vitriólicas porque Christopher Hitchens, el inigualable Tony Judt o la quisquillosa Susan Sontag también han muerto por debajo de sus posibilidades. No olvido al melómano Edward Said, y me permitirán que añada caprichoso a Michael Winner, el cineasta que revolucionó la gastronomía al criticarla con ferocidad pese a no distinguirla de un huevo frito.

Establecidos los hechos irrefutables, vayamos con las causas. La elevada mortalidad en el sector de la crítica intelectual podría asignarse al fatigoso ejercicio de la profesión, como ocurre por ejemplo con las urgencias médicas. Sin embargo, los ensayistas citados trabajaban sentados. Una actividad sedentaria no conlleva riesgos laborales extremos, aun considerando las iras de los criticados. Por tanto, y en el siglo de las conspiraciones, la caída en serie de Hughes, Corliss, Hitchens, Judt, Sontag, Winner y otros debe atribuirse a la intervención de una mano negra.

Al igual que ocurriera en el cine con los chefs, cabe preguntarse Quién mata a los grandes críticos. Los insobornables han caído junto a representantes de una generación anterior, como el despiadado Gore Vidal. En principio, la ausencia de vitriolo debía impulsar la creatividad de los artistas liberados. Por desgracia, no hay ningún síntoma de un aumento en la producción de obras mayores, ahora que nadie va a demolerlas. Casi dan ganas de consignar que los críticos probablemente eliminados cumplían una misión discriminadora. En fin, les sobrevive el placer de leer Time.

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