La imagen que se ha proyectado sobre la cocina diaria de abadías y conventos de la isla ha sido la de utilizar fórmulas muy elaboradas, distantes de la cocina popular y emparentadas con la nobleza.

Este tópico, que afecta a buena parte de las religiosas de clausura, cayó cuando tuve la oportunidad de visitar buena parte de los principales conventos de Palma y de la isla, hace varios lustros, y ver su realidad.

Al hablar con las religiosas sobre su cocina habitual -realizada, en muchas ocasiones, en instalaciones y con utensilios medievales- nos dimos cuenta que la realidad era muy diferente: su cocina diaria era austera y humilde, como lo era la de la mayoría de hogares de la isla. Años atrás, las religiosas tenían algunos benefactores que les proporcionaban, con frecuencia, buenos ingredientes. Pero con el tiempo las religiosas debieron procurarse el sustento con sus trabajos y con el cultivo de sus huertas.

Por este motivo nos encontramos con un amplio recetario muy similar al popular y extraído del mismo, puesto que la mayoría de cocineras provenían de pequeños pueblos de la isla y, para ellas, la única cocina conocida era la de sus antiguos hogares. La gran diferencia estriba más que en lo que se prepara, en donde se hace -cocinas antiguas, de gran valor histórico y arquitectónico- y donde se consume, refectorios que nos retrotraen a la era medieval.