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Tom McCarthy

La forma del mundo

´Satin Island´, un ensayo sobre la inconmensurabilidad de la época camuflado de novela

La forma del mundo

Escritores, filósofos y científicos han trabajado obsesionados por hallar la metáfora, el modelo o la ecuación capaces de contener el mundo, por disponer del ábrete sésamo que permitiera resolver sus aporías y reducir su inagotabilidad a un principio inteligible. Fijémonos, por ejemplo, en la antropología estructural inspirada en la obra de Saussure, y en su intento por probar que aunque dispusiéramos de la totalidad de datos que conforman una sociedad, de ello no podríamos deducir una jerarquía de la misma en virtud del grado de progreso científico alcanzado o respecto a su evolución cultural, pero sí podríamos enunciar que cada rasgo presente en esa sociedad estaría disuelto, en mayor o menor grado, en otras sociedades. Dado que lo central no es lo natural, sino lo cultural, Lévi-Strauss ha estado en disposición de afirmar que las estructuras simbólicas del lenguaje, el parentesco y el intercambio de bienes son más decisivas para entender la vida social que las coordenadas de la biología. El universalismo de Lévi-Strauss significa que las transformaciones de un mismo mito en las distintas sociedades existentes, como sucede con el caso de Edipo, transparenta que todos los seres humanos pertenecen a la misma humanidad, de modo que cada presencia en apariencia ajena, diversa, otra, no es sino una reafirmación de nuestra esencia.

La apelación a Lévi-Strauss no resulta gratuita a la hora de reflexionar acerca de Satin Island, la más reciente novela de Tom McCarthy. En ella, un antropólogo empresarial, de nombre U., que trabaja para una corporación prosaicamente llamada La Compañía, y cuya función es proponer paradigmas interpretativos, relecturas de los nichos políticos, financieros y culturales que conforman el confuso tejido de la contemporaneidad, recibe el encargo de sus superiores de redactar un texto denominado El Gran Informe. ¿Qué pretende este libro de libros, este fenomenal ejercicio de síntesis? Ni más ni menos que decir la época, discriminar la clave que resume nuestro tiempo, explicitar la narrativa adecuada para capturar lo que sucede aquí y ahora. Esta pesquisa de la forma del mundo es el Grial que U. persigue.

El empeño es abrumador, y apunta contra los límites de la narración como depósito del mundo actual. Si la novela pudo aspirar hasta finales del siglo diecinueve, coincidiendo con su momento de máximo esplendor social, a constituirse en la instancia de la que presumía la sentencia de Balzac ("La novela es la historia privada de las naciones"), los grandes experimentos de comienzos del siglo veinte, con Ulises a la cabeza, conducen a la novela a su momento álgido y, a la vez, evidencian su límite. El problema no es ya que el mecanismo de ficción (la novela) fracase en su intento por apropiarse del mundo; el problema es que su escenario (el mundo) escapa a partir de cierto momento a toda posibilidad de apropiación. Del mismo modo que Leibniz el último hombre capaz de contener la sabiduría de su tiempo en una única inteligencia, al elevarse hasta la excelencia de su expresión (Ulises se encuentra en el origen de las más radicales investigaciones narrativas del pasado siglo: Barth, Pynchon et alia) la novela asume su incapacidad para satisfacer los viejos anhelos.

McCarthy,

escritor ex­tra­ordi­na­ria­mente do­tado pa­ra navegar las muchas confluencias bastardas que alimentan la novela como superfetación, como plasmación de un artefacto que desborda todos los géneros y a todos coloniza, emplea los recursos a su disposición para perfilar este doble programa de un objetivo y de su fracaso. Satin Island funciona como un ensayo camuflado a propósito de la inconmensurabilidad de la época, aunque no oculta su pretensión de contener un cronomapa de la misma resolviendo, al modo de un film noir, el enigma de enigmas, mientras recorre con pasión y mérito los diversos registros en que la narrativa se siente tentada a abrevar (el mito, el informe, la estadística, la poesía, el manifiesto) y los diversos matices que adopta en su discurso (ironía, objetivismo y paranoia desfilan sin solución de continuidad en el relato).

A medida que U. propone órdenes y correspondencias que una y otra vez fracasan, a medida que la realidad se obstina en hurtarle la pieza maestra en la que todo encaje a satisfacción, va cobrando forma la sospecha de que quizá El Gran Informe ya haya sido redactado. Lo que U. suponía imposibilidad era sólo reiteración, duplicación de un acto ya satisfecho. El Gran Informe sería, hoy, la memoria virtual de nuestras huellas dispersas en el colosal software que nos circunda, compromete y vigila. El trazo imborrable, aunque a la vez intangible, de nuestros deseos y de nuestros temores, de la inextricable red de relaciones, vicios secretos y satisfacciones cumplidas en que nuestra biografía se compila en la megalópolis invisible de la constelación 2.0., la nueva Ciudad de Dios, el telos al fin satisfecho de la parusía digital.

Basculando de la recomendación de otro importante antropólogo (el "Anotadlo todo" de Malinowski) a la neutralidad aséptica de un omnímodo sistema binario que se perpetúa sin descanso ni fatiga (el "Todo ha sido anotado ya" de la Red), U., y nosotros con él, asumimos que no hay gnosis, oráculo ni revelación. La totalidad está inscrita en los fondos inagotables del sistema de sistemas, la cadena de claves y comandos de la cual no somos más que alimento. Insertos en esa nube complejísima, construimos y a la vez somos construidos por un mecanismo incesante. La insistencia por hallar la imagen que defina cuál es el sentido de la realidad es tan precaria como insatisfactoria. En su viaje final por Nueva York, en pos del aleph cognitivo que cree encontrar en uno de los rincones del ombligo del mundo, U. vacila en el último instante al presentir que sus esperanzas por hallar un sentido son sólo un residuo de las antiguas narrativas. La verdad primordial es que no hay observatorio desde el que interpretar el mundo. Pero que, sin embargo, en esa lógica fracasada, en la asunción de esa narrativa imposible, se esconde la única garantía de una conciencia lúcida.

TOM MCCARTHY

Satin Island

Traducción de J. L. Amores

PÁLIDO FUEGO, 205 PÁGINAS, 20,90 €

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