Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ulises, entre Nico y Dylan

Cavafis cuenta la coronación de los hijos de Cleopatra. Toda la ciudad come y bebe y ríe y celebra. Pero toda la ciudad sabe que no reinarán nunca

La cantante Nico, colaboradora de The Velvet Underground.

(Suena Sunday Morning, de The Velvet Underground)

Todos nosotros somos tiempo y somos memoria. Ambos -el tiempo y la memoria- nos escriben y perfilan y definen. Somos el lugar donde vivimos y los lugares donde hemos estado. Somos las personas que nos han amado y las que hemos sabido amar (amar tiene más mérito que ser amado). Somos nuestros hijos pero también nuestros padres. Somos la música que hemos bailado y la que hemos escuchado y la que nos ha de acompañar durante toda la vida. Somos los libros que hemos leído. Somos los amigos que permanecen y somos, también, los amigos muertos. No su memoria, sino un fragmento de ellos. Desde el momento en que murieron nadie nos volvió a ver como lo hizo cada uno de ellos.

Una vez leí que el poeta Philip Larkin dijo que setenta años eran la edad de la creación. Que ahí acababa todo. Quizá no la vida, pero sí lo demás. El resto podía ser recreativo, pero no creativo. En esto, Larkin establecía un paralelismo con el Génesis. "Usted ha de imaginar -le dijo al periodista- que estos años se dividen en una semana y que cada día son diez años. Pues yo ya estoy en sábado por la tarde. ¿Impresiona, no?" (Larkin tenía cincuenta y ocho años cuando hizo la entrevista; los mismos que yo tenía al empezar la escritura de este libro; ahora ya estoy en sábado por la noche y sólo me queda el domingo: en fin, me gustaría escribir un par de libros más antes de acabar ese domingo).

Hemos empezado escuchando la música de Sunday Morning, una preciosa canción de la Velvet Underground con Nico en los coros. Su música siempre me retrotrae al poema de Wallace Stevens que se titula de la misma forma: Mañana de domingo. El poema comienza así: "el placer del batín y un café,/ ya empezada la mañana/ y unas naranjas en una silla al sol/ y la verde libertad de los pájaros/ que dibujados en la alfombra/, se mezclan para disipar/ el sagrado silencio del sacrificio antiguo". Pese a ser un poema del siglo XX, en el sosiego de estos versos y en ese sacrificio antiguo -sólo nombrado- siempre he imaginado a Ulises tras su regreso a Ítaca. Años después de su viaje, Ulises nos habla frente al telar de Penélope y sus pájaros y los mitos y las diosas y hechiceras que ha conocido.

Imaginemos, pues, a este Ulises, como un Ulises más moderno incluso que el de James Joyce. Vive en Ítaca y ya ha pasado el tiempo. Ya han pasado cuarenta años de aquel viaje y desde un hotel de París se dispone a contárnoslo. Y lo que cuentan sus palabras es la trama de Reyes de Alejandría, un libro generacional -la de los que estrenábamos juventud en los 70- y un testamento. El testamento de quienes fuimos, de lo que vivimos y de todo lo que nos hizo como somos. Pero Reyes de Alejandría también es el relato de la formación de una voz que nos habla -como la voz del poema de Stevens- desde la serenidad que dan el territorio conocido y el territorio recuperado, que son dos cosas distintas.

Nuestro Ulises ha encontrado su propia voz, la voz para interpretar el mundo e interpretarse a sí mismo. Y desde esa habitación de hotel, como un radiotelegrafista solitario y sin otras naves que reciban sus mensajes, nos cuenta el mundo que conoció y nos habla de quien fue y de quien es ahora: una voz; sólo una voz; nada menos que una voz. En la confluencia de ambas cosas -lo que ocurrió y esa voz- se configura este legado generacional.

Reyes de Alejandría es un título tomado de un poema de Cavafis: Reyes alejandrinos. En él Cavafis cuenta la coronación de los hijos de Cleopatra, que reinarán en distintos reinos de su imperio. Toda la ciudad asiste a los festejos y come y bebe y ríe y celebra. Pero toda la ciudad sabe que aquellos muchachos no reinarán nunca. Eso fue también mi generación en los años 70. Reyes sin reino. Pero aquel tiempo fue nuestra Odisea, nuestro Cantar de los Cantares, nuestra Ilíada. Todo lo fue y, lo que es más importante, todo lo fuimos y todo lo pudimos ser. Acabó con el conocimiento de la derrota y la expulsión del Paraíso. Este libro es el testamento de aquellos años en los que vivíamos en un poema y la vida se presentaba ante nosotros como una sucesión de novelas. Todo esto no se había escrito aún e incluso la época -que desapareció muy rápidamente- parecía que no hubiera ocurrido nunca. Ahora ya sí.

Y es ahora cuando Ulises se conecta a youtube y pone, no Sunday Morning, de la Velvet, sino la música del comienzo, la música donde empezó todo, la música que nos hizo como somos algunos de los que sobrevivimos€ Cuando no se conocía la dirección de casa y todo estaba empezando aún. Aquella música está en este libro -son muchas las canciones que lo forman y acompañan- pero esta con la que acabamos es su himno originario. Con ella empezó lo que hoy ya se puede contar.

(Suena Like a rolling stone, de Bob Dylan)

Compartir el artículo

stats