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Converses literàries

Formentor, un escritor malo no es mal escritor

El escritor Ricardo Piglia, ganador del Premio Formentor 2015 de las Letras.

Comiendo con Isabel San Sebastián en uno de los contados parajes mallorquines que pueden equipararse en belleza a Formentor, emití un axioma anodino:

-Un periodista ha de ser mala persona, o no será buen periodista.

Fue el final de una gran amistad. Debí suponer que la batalladora tertuliana no encajaría la profesión de maldad sin rebatirla. Tampoco esperaba un pronunciamiento categórico, del que discreparía una parte de su audiencia:

-Yo no me considero mala persona.

Así acabó nuestra relación. Admito que no me atreví a recordarle que su éxito se basa en encarnar para su audiencia las virtudes de una hoja de afeitar, el lado oscuro que la mayoría se resiste a expresar. Y sobre todo, no confesé que me había limitado a adaptar en formato libérrimo la tesis del ensayo canónico de Janet Malcolm, sobre la maldad mediática. Desde la primera frase de El periodista y el asesino, la autora deja claro que "Todo periodista que no sea demasiado estúpido o demasiado soberbio para no darse cuenta de lo que sucede, sabe que lo que hace es moralmente indefendible".

Mal-colm transporta la maldad en su linaje. La autora fetiche del Newyorker considera que todo periodista traiciona a los personajes que aborda para sus reportajes, porque pretende extraerles confesiones que no tenían previstas. Sin embargo, un novelista moldea en teoría personajes de ficción, por lo que nadie debería salir herido. La historia de la literatura demuestra, de D.H. Lawrence a Nabokov, que la fabulación no exime de culpa.

En éstas llegó la convocatoria de las Converses Literàries a Formentor, a celebrar el fin de semana coincidiendo con la entrega del premio del mismo nombre a Ricardo Piglia. Cuando Basilio Baltasar me señaló que las mesas redondas se aglutinarían en torno a "La novela más mala del mundo", tuve que escrutarle la mirada impertérrita para descartar la ironía. No se refería a los relatos de pésima calidad, categoría inabarcable por exceso de concurrencia, sino a la lidia ancestral de la literatura con el Mal mayúsculo.

Mi desgraciada experiencia gastronómica con San Sebastián me obliga a recordar que un escritor malo no es un mal escritor. Sin necesidad de remontarse a Oscar Wilde, cabe concluir que el artista es el único profesional con licencia para describir el Mal. Y para escribir mal, una tozudez más frecuentada. La proliferación de novelas malas, en el sentido de las Converses, otorga una impertinencia especial a la tópica pregunta sobre si el autor se ha inspirado en hechos reales. Ya sabemos que responderá que su inicuo personaje es un shakespeariano "figment of the imagination", pero hay que seguir taladrando:

-¿Querría usted ser como su personaje?

La respuesta a esta pregunta mide la relación del escritor con la vileza en que deben concentrarse las Converses, a nuestro no tan modesto entender. La maldad de una novela es el sedimento, que se aísla una vez que los demonios desertan del relato y la acción se limita a seres humanos. El problema reside en darla por supuesta, la vileza se ha hecho demasiado evidente. A riesgo de adelantarnos, procede evitar la identificación inmediata con monstruosidades de Lovecraft o asimilados. La perversidad se localiza en los manantiales más puros. Cuando Jane Austen define a Lucy Steele por triplicado como "analfabeta, manipuladora y egoísta", donde una descalificación ya sería lacerante, sabemos que hemos localizado un mal día en la vida de la novelista más solicitada por quienes desean embozar sus auténticas pasiones.

El placentero y placentario Formentor define cualquier acontecimiento que se celebre en su seno, lo engendra. No importa que se trate del último apretón de manos de Arafat y Shimon Peres, pocas semanas después del 11S, o del lanzamiento mundial con el Prix Formentor de Beckett y Borges. Dos autores, por cierto, que bastarían para llenar la literatura de un planeta menos ambicioso y malvado que el nuestro, esa esfera que no podemos sacarnos de encima con las raras excepciones de la estirpe astronáutica de Yuri Gagarin.

Somos malos desde que convertimos a Adán y Eva en una pareja de chimpancés. Formentor aporta la geografía ideal para las jornadas porque ya sirvió de escenario a una película titulada desde el mal, Evil under the sun. En su impagable cruzada contra la verdad, la censura franquista eliminó la maldad del encabezamiento, en favor del clásico Muerte bajo el sol. El director Guy Hamilton aprovechó el rodaje para fijar su residencia en Mallorca, como hubiéramos hecho tantos de no mediar el inconveniente de que ya nacimos en la isla.

Vileza bajo el sol adapta una novela de Agatha Christie, que no me atrevo a tildar de clásica en la selecta compañía de las Converses. La escritora inglesa, que probablemente desapareció en Mallorca, dispone de una antagonista irreprochablemente malvada en Patricia Highsmith, salvo que estemos hablando de P.D. James. En fin, tiene su mérito un artículo sobre la villanía literaria que llega a este párrafo sin mencionar a Céline.

El correcto Poirot de tía Agatha sería hoy inaceptable. Los detectives contemporáneos son seres fallidos, con la posible excepción del comisario Brunetti creado por Donna Leon. Los policías de Michael Connelly y Jo Nesbo, por citar a las cimas del género, provocan a menudo más asesinatos en la persecución del crimen inicial que el presunto transgresor de sus novelas. La literatura contemporánea ha exterminado a las buenas personas, a menos que esté usted pensando en Bridget Jones.

El pacto fáustico de los novelistas con el mal cursa con secuelas. Jonathan Littell tuvo que redimirse de Las benévolas -que Vargas Llosa tituló Los benévolos porque la había leído en francés- viajando a Homs para narrar las desventuras de los rebeldes sirios. El mal reporta a menudo un castigo superior al bien, con el agravante de que la bondad es una calificación subjetiva.

Verbigracia, millones de adultos y algunos niños se han deleitado con las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Sin embargo, la madre de la originaria Alice Liddell adoptó medidas disciplinarias para alejar a su hija y protagonista de Lewis Carroll, que la fotografiaba en poses tal vez impropias de la edad. Antes de denunciar a un sátiro irredento, recuerde que en el futuro puede ser considerado un benefactor de la humanidad.

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