La cocina tradicional goza entre sus cualidades de la sabiduría de siglos, acumulada y enriquecida de generación en generación. En ella, para combatir el frío, nada resulta mejor que un guiso, una sopa o una crema caliente. Pero a parte de sabia, la cocina de nuestras abuelas es variada y aprovecha tanto los productos de temporada como los sobrantes.
Pasó la época de las ensaladas, tan necesarias en verano, para reducir el aporte calórico de nuestros menús y llega la cocina de invierno, más contundente y con más altos valores nutricionales, sin confundir estos adjetivos con cocina grasa o malsana. Los platos calientes no tienen porqué ser sinónimos de hipercalóricos ni grasientos.
Tenemos una amplia muestra de sopas, cremas y guisos calientes que tienen muy poca grasa, a excepción de un chorro de aceite de oliva para el rehogado inicial y, a veces, ni eso. El recetario popular es rico en platos exclusivamente vegetales, entre otras muchas razones, porque el pueblo llano accedía muy ocasionalmente a la carne y al pescado. Se demuestra que sopas, potajes, arroces, guisos, estofados y un sinfín de platos, tanto de invierno como del resto del año, pueden prepararse sólo con productos sencillos de temporada, con frecuencia, vegetales. El sabor y la excelencia provendrán del equilibrio entre los diferentes sabores, junto con unas hierbas o unas especias idóneas.