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Impresiones veraniegas

Puig de sa Teulera

Puig de sa Teulera

La historia la ha resumido Carme Riera con motivo del octogésimo aniversario del sueño: el hotel Formentor nació en los años de la madre de todas las crisis, en 1929, gracias al empeño y, si se quiere, a la insensatez de Adán Diehl, su dueño, promotor, arquitecto y, sobre todo, visionario. Al principio sólo se podía llegar al hotel por mar, desde el Port de Pollença como lugar más cercano, y ésa es una opción que sigue siendo preferible hoy, en especial los miércoles cuando los autocares llenos de turistas asaltan la península causando unos atascos memorables. Tras la bancarrota de Diehl, a los cinco años de la inauguración del hotel, éste pasaría por una etapa de languidez y sobresalto unida a aventuras bancarias, al estraperlo y hasta al juego de la ruleta hasta que un cuarto de siglo después renaciese de la mano de los Buadas.

Tomeu Buadas ha sido una de las referencias más importantes de la historia de mi propia familia desde que mis padres se quedaron deslumbrados por su forma de ser. Tomeu Buadas hijo, es una de las referencias más importantes de mi propia historia aunque, ¡ay!, a Tomeu II le haya caído encima la maldición de un padrino inútil. Incluso con esa rémora, la nueva generación Buadas ha sabido avanzar de la mano de los actuales dueños de Formentor, los Barceló, en la tarea de recuperar las conversaciones poéticas que Tomeu Buadas y Camilo José Cela montaron no sé yo si a la mayor gloria de Adán Diehl o sólo como testigos en una carrera de relevos que nunca acaba. De las Conversaciones Poéticas de Formentor se ha hablado y escrito mucho aunque con toda probabilidad aún no lo suficiente. Pero mientras se escriben estas líneas desde lo alto del Puig de sa Teulera, con la bahía de Pollença, la ensenada de Formentor y el propio hotel como paisaje, el recuerdo navega hacia otros mares. La casa en la que pasaremos unos días Cristina y yo „sin olvidar a Cleo y a Jack„ la construyó la mujer de Diehl, María Elena Focoliccio. La casa se llama La Gacela y sigue en lo esencial idéntica a como fue pensada entonces.

En los jardines de La Gacela Jack y Cleo, que pasan por completo de la literatura tanto oral como escrita, tampoco parecen fijarse demasiado en las vistas. Les interesa más Luna, la perra border collie que fue librada de la muerte tremenda a la que había condenado un desalmado: la de asfixiarse en cuanto el cansancio o el sueño la hiciesen caer sentada porque una cuerda la sujetaba del cuello a una rama del bosque de Formentor en el que la abandonaron. Ahora Luna ha perdido el miedo y se pelea con Cleo, sí, pero sobre todo con Jack por hacerse con el mejor sitio a nuestros pies. A veces se puede ser un perro y entender el mundo mejor que nadie.

Formentor no es fácil de entender. La belleza es capaz de anestesiarte, de volverte del revés las ideas, de hacerte olvidar qué es lo que cuenta y qué, por el contrario, puede tirarse por la borda sin riesgo alguno. Es preciso regresar a Formentor pese a la rémora de los años que pasan demasiado deprisa dejándote la sensación de que no tendrás tiempo suficiente para hacer todo lo que falta. Al entrar en La Gacela Cristina y yo creímos oír la voz de María Elena Focoliccio que nos animaba a insistir, a no olvidar nunca aquello que entre Tomeu Buadas y su padre, Juan, lograron: que el sueño de Diehl dejase su condición de pesadilla para volverse el recuerdo más hermoso.

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