La ciencia y la religión son métodos tan contradictorios a la hora de entender el mundo que se diría que ni siquiera cuentan con un cruce de caminos en el que dirimir sus diferencias. Me sorprendió mucho, por tanto, el recibir hace ya quince años una invitación para dar una charla sobre la filogénesis humana en un seminario en el observatorio de Castelgandolfo organizado por el Vaticano. Fue allí donde supe que existen incluso instituciones que cuentan entre sus objetivos el de reconciliar hasta cierto punto el pensamiento científico y la fe religiosa.

Con cierta frecuencia me encuentro hablando de esas cosas en un foro en el que no llama la atención el que alguien se declare ateo mientras discute con los teólogos. Aunque no es mi caso. Yo no soy ateo en absoluto porque, de serlo, estaría seguro de que Dios no existe. Muy al contrario, de lo que estoy seguro es de nuestra incapacidad absoluta para entender siquiera eso que llamamos divinidad. Tenemos tantas posibilidades de pensar en lo que existió antes del comienzo de los tiempos -en el Big Bang, si empezó entonces- y en lo que habrá después de que desaparezca el universo como tienen las cucarachas de resolver ecuaciones diferenciales. Somos primates que evolucionamos para distinguir la fruta madura de la verde en los bosques de África. No nos creamos tan capaces como para saber qué podría existir fuera de los límites que Kant descubrió que tiene nuestro pensamiento.

Aun así, los científicos expresan a menudo ideas religiosas e incluso escriben sobre ellas. Einstein lo hizo y se subasta ahora una carta suya en la que pone de manifiesto sus creencias o la falta de ellas. Y sin embargo€ Cabe imaginar que Einstein fue, a su manera, un panteísta; no como Spinoza pero en esa línea. Si se hace coincidir a Dios con la naturaleza, entonces las cosas cuadran y podemos sostener, de la mano del creador de la teoría general de la relatividad, que Dios no juega a los dados con el universo. Tiene que haber, pues, una manera de unificar la mecánica cuántica con la relatividad einsteniana para alcanzar la teoría completa que podrá explicar, en la medida en que podemos explicar las cosas, la manera compatible como funcionan lo muy grande y lo extremadamente pequeño. De no ser así, estaremos en cierto modo sujetos al artículo de fe; quizá por lo mismo que decía antes; porque somos seres humanos con nuestras capacidades a la vez limitadísimas y sorprendentes.

Hace un par de años, compartí con Paco Mora una sesión en un simposio de la universidad de Comillas sobre la naturaleza humana y la relación entre la mente y el cerebro. Ante un auditorio en el que abundaban los teólogos, Mora dijo que, como era lógico, todos los presentes sabíamos que Dios no existe. Me permití disentir. Por supuesto que existe; lo mismo que el Fantasma de la Ópera en la obra que pasó a los escenarios de medio mundo, Dios existe metido dentro de algunas de nuestras mentes.