"Debemos dejar claro que los templarios no eran unos poetas, eran unos militares sin vocación religiosa que podían llegar a ser muy animales". Así de contundente se mostró ayer el cronista oficial de Palma, Bartomeu Bestard, miembro invitado que intervino en la charla-consultorio que el Club DIARIO de MALLORCA organizó en la tarde noche de ayer. Un ciclo que se estrenó tratando de abordar los misterios –más bien pocos– y los falsos mitos que se han generado a menudo en torno a esta orden medieval que llegó a reunir 8.000 hectáreas de la isla bajo su dominio.

Son muchas las leyendas y la literatura fantástica que se ha generado en torno a los templarios. Resumiendo y para situar al lector, "se trataba de unos caballeros feudales de toda la cristiandad" –lo mismo eran catalanes, que castellanos o franceses– que, en palabras de Bestard, no eran monjes que empuñaban una espada al servicio de la fe, más bien eran "militares que se hicieron monjes". A su actividad como caballeros se sumaron los votos de castidad, pobreza y obediencia, en este caso al servicio directo del Papa y colaborando directamente con el rey Jaume II.

"En la historiografía se encuentran dibujados a menudo como ´monjes zen´, grandes sabios que se dedicaban a la meditación y a la espiritualidad". Pues bien, "los templarios no eran Ramon Llull", sentencia Bestard, también colaborador de este periódico. Se trataba de una orden militar muy estricta, muy seria, que no "andaba con mujeres" y que su tarea consistía en ganar batallas y "cortar cabezas".

Y es que el papel más relevante de esta orden medieval era precisamente la importancia que tuvo para las Cruzadas, en un momento de ferviente necesidad de proteger Tierra Santa. Su existencia se enmarca entre los siglos XI-XIV, mientras la orden mallorquina –los templarios del Rosselló– pervivió hasta que Francia los secuestró queriendo poseer sus tierras en 1308.

El "poder" que les fue transferido directamente del rey no fue poco. Sólo en Mallorca, el montante ascendía a 8.000 hectáreas, de las cuales el 67% se encontraba entre Lluc y Pollença. En la comarca de Montuïri, confrontado con Llucmajor, se encontraba el otro 32% de su legado. En Palma –o en Ciutat, como se llamó tras la conquista cristiana– existían más de 400 obradors en los que había molinos y hornos, de gran valor en la época.