A nadie se le ocurriría comer encima de unos restos arqueológicos. Son piezas de museo y la mayoría de los mortales solo las consigue ver a través de una vitrina. Entonces un historiador pensó: "¿Por qué no recuperar la primera vajilla que se hizo popular en toda Europa?".

Hace tres años el arqueólogo Arnau Trullén se convirtió en arqueoceramista y ahora crea sus propias piezas dignas de museo. Cada vasija está hecha a mano tal como se fabricaban hace más de dos milenios. Nada de moldes de la pieza; utiliza punzones para reproducir los motivos con los que decoraban la cerámica.

Los patrones le llevan más de un mes de trabajo. Además de todo el tiempo de investigación histórica, realiza cálculos para que las proporciones sean idénticas a las de las piezas que se fabricaron en los talleres de la época romana.

Trullén tiene su factoría en Lezoux, un pequeño pueblo francés donde había artesanos que creaban vajillas y las exportaban a otros territorios bajo el dominio imperial. Aparte de particulares, tiene a muchos museos como clientes.

Ha viajado hasta Palma para participar en la feria artesana que se celebra hasta el domingo en la vía Roma de Palma, entre las 9 y las 21 horas. El mercadillo tiene por objetivo recaudar fondos para financiar las excavaciones arqueológicas en el yacimiento púnico del islote de na Galera.

Las imitaciones están hechas en barro y cubiertas con óxido de hierro, un material que le da un característico color rojizo y convierte la alfarería en casi impermeable. No son aptos para cuchillo o tenedor, aún menos para lavavajillas; hay que pensar que los romanos comían con las manos. "No es lo mismo ver una pieza de museo que cogerla, tocarla o comer en ella. Esto es historia viva", razona el ceramista.